Este texto nació de mi absoluta incapacidad de comprender directices. Era para un reto, pero no cumplía las reglas.
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Cada día lo mismo, me levanto, me ducho, me tomo un café y voy a trabajar, vuelvo, me tomo un café, veo las noticias y me duermo. Los días transcurren iguales, sin distinción. Lo que tiene la rutina es mala fama. Todos están ocupados intentando parecer interesantes y nadie quiere reconocer que la comodidad de lo inalterable es mejor. A mí, al menos, no me hace falta ningún sobresalto. De lunes a viernes me levanto, me ducho, me tomo un café y voy a trabajar, vuelvo, me tomo un café, veo las noticias y me duermo. Sábado y domingo lo mismo, sólo que en lugar de trabajar en la oficina trabajo en mi jardín. No cultivo flores ni tengo un prado verde y reluciente. Me gusta tener cizaña. La quito con unas tijeritas los fines de semana y de lunes a viernes vuelve a crecer, inalterable. En veranos extremadamente calurosos como éste se pone más difícil de cortar. Pero vamos, que tampoco me desagrada tener que esforzarme un poco más en el estío.
Ayer se rompieron mis tijeritas. La cizaña crece con unos tallos que parecen bambú, y nada, que me agaché, empecé a cortar y, sin darme cuenta, se torció la tijera. Fue algo que me enfadó bastante. La tijerita estaba conmigo desde tiempos inmemoriales y no tenía previsto perderla de esa forma. Uno sabe que las cosas se gastan y se rompen, pero curiosamente, nunca pensé que podía sucederle a mi herramienta. Me ofusqué. Hacía calor, tenía los ojos irritados por el sol y la transpiración y no pensaba con claridad. Mi rutina estaba siendo alterada. En algún momento, entre bufido y maldición, recordé que arriba en la buhardilla había una caja donde guardaba el costurero de mamá. Me dirigí al sitio con paso rápido y la esperanza encendida. La buhardilla estaba llena de cajas, libros, ropa, viejos juguetes... Tenía la certeza de haber visto alguna vez el costurero en algún punto de ese callado caos.
Fue el exceso de luz, afuera en el jardín, y el contraste de la casa a oscuras lo que me encandiló. Subí a tientas la escalera y llegué donde apilaba los recuerdos de otras casas y de otras vidas. “Cosas” decía una caja grande con letras medio desteñidas. No reconocí la letra. Tal vez era la mía. Hacía tanto que no escribía nada que ya no recordaba cómo era mi propia caligrafía. Comencé a hurgar para encontrar el costurero y de pronto vi aquel sobre arrugado, amarillento, viejo, con tu imagen ahí, resguardándolo, esperando para golpearme con toda su fuerza.
Me senté a llorar en silencio y a oscuras.
Así como si nada, como si todo, como si siempre, como si nunca, como frente a frente con la piel esa que es hermana de la tuya, como sabiéndolo de nuevo.
Porque de todos los amores que he tenido, la única piel que recuerdo es la tuya. Y de todos los instantes fugaces en que creí ser feliz, la primera vez que tu pecho desnudo rozó el mío es el único instante que guardo en la memoria.
Afuera la cizaña crece sin control.
Captives: http://youtu.be/MQPIhLXsar0 |