El apagón sobrevino como un manotazo y tú y yo, que discutíamos por temas que nos enfurecían, quedamos en silencio, ciegos e indefensos.
-¡Oh!- fue lo único que musitaste..
-¡Maldición!- exclamé yo y busqué a tientas algo para alumbrar esta mortaja de sombras.
Nada encontré y quise reclamar por tu imprevisión, pero tuve el tino de callar.
-¿Qué habrá sucedido?- preguntaste y yo me encogí de hombros. Sonreí ante esto y me aproximé al punto en donde se emitía tu voz.
-Esperemos, no nos pongamos nerviosos. Ya llegará la luz.
Tú, callaste, intuí que temblabas y puse mi mano en tu brazo.
-Ven, sentémonos acá. ¿Qué prisa tenemos?
Sentí la tibieza de tu cuerpo, quise abrazarte, pero recordé que lo que discutíamos, terminaría por separarnos. Así que me quedé contemplando la penumbra y la aparición paulatina de algunos objetos que mis ojos comenzaron a percibir.
Permanecimos uno al lado del otro. El silencio era total y parecía como que hubiésemos regresado al instante bíblico en que la nada reinaba.
-Felipe…yo…-titubeaste.
-Dime
-Creo que… no sé…pienso que nuestra ceguera es mutua, no transamos, no nos comprendemos…es como si no quisiéramos hacerlo.
-Pienso lo mismo. En la plenitud de esta oscuridad, comienza a aclarárseme todo. Perdóname, perdóname por favor.
-No digas nada, deberíamos…
Mi mano tocó su rostro y ella se dejó acariciar como una gata mimosa. Me aproximé aún más y nuestros labios se encontraron. Nos besamos con algo parecido a la furia, desordené tus cabellos y tú desgarraste mi camisa.
-¿Me perdonas?
-Nada tengo que perdonarte, más bien…debemos comprendernos…
Nos levantamos y a estrellones con los muebles y riendo como locos ante cada embate, alcanzamos el dormitorio.
En medio de las tinieblas, tendidos ambos en el lecho, comprendimos por fin que en esa noche de sombras, nuestros corazones se habían iluminado y nos embriagamos con esa incandescencia…
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