Deambulo con la mirada perdida observando lo cotidiano tal como si fuera ajeno. Son sólo imágenes repetidas, la rutina no las hace reales, no las hace mías. Intento sentirlas, rozo ligeramente algo y así se siente todo: abstracto, frío, irreal. Oigo voces a mi alrededor, oigo murmullos, oigo gritos. Pero no oigo palabras, no oigo preguntas, no oigo respuestas.
De pronto, distingo del caos de sonidos un suave “Hola”. Mi corazón palpita, la sangre corre en mis venas y del mismo modo corro yo a buscar mi “Hola”. Es mío, yo lo escuché, es mío. Entusiasmada, doy vueltas en círculos persiguiéndolo, pretendiendo alcanzarlo, pretendiendo sentirlo y apropiarme de él, apropiarme de algo.
Aún siento su eco en mi mente, retumba en mi interior. Pero no era mío. Era de alguna otra imagen, de alguno de esos seres imperceptibles y lejanos que me acompañan.
Ahora me pregunto… si no seré yo la imagen y ellos (y todo) los reales. Quizás estoy atrapada como un fantasma en una dimensión, en un plano que no me pertenece, así como nada de él. Me hallo condenada a ver la abundancia, la belleza, el color y no sentirlos. Inhalo ira, exhalo rabia. Quiero al menos sentir dolor, rasgo mis prendas y piel por igual, me abandono a mi furia y falta de razón que trajo la falta de sentimiento. Pero no sangro. Me dejo caer al suelo plano y duro. Intento abrazarlo, pero me da la espalda. Él también. Me contemplo a mí misma como a una extraña, contemplo a ésa sin esencia, llena de vacío. La veo frustrada, tratando de llorar y fallando. Ni la ira le es propia ya. Abandonó su cuerpo y se entremezcló con esa nada que forma todas las cosas, incluso a ella misma |