Ni la vajilla
ni la ropa vieja,
todo se queda aquí adentro,
entre viejas denuncias sociales, frituras amargas
y uno que otro sueño quemado.
Ni el amarillo ni el rojo
me dirán de cuánto es la cuenta,
sólo retóricas y fracasos que me siguen los pasos,
vejestorios que veo cada noche tras la ventana
o entre sombras
blanquecinas
que juguetean entre mis dedos
y caen,
caen.
Es que vos has sido el culpable,
el tratado lógico de la mente humana que te retuerce un testiculo
y la carga que el buen dios nos quita al morir los otros.
Es que vos has sido el culpable
y la sombra que nos nombra entre gangrenas
y la línea que se corta en la palma de la mano.
Tarot.
Es que vos pediste primero una muerte,
a tu medida, como te enseño Rilke,
a medias, como te enseño el flaco
o la sombra de la cobra en una vieja espalda
que personaliza todo, que unifica pasado y el silencio
que va quedando entre esta maraña de no-mañanas
y la dispersión de gases entre mi estómago y mi boca.
Esquina de barrio,
diez de la noche, graffiti en rojo.
Tres putas y un travesti que me llaman.
El olor de orines, que me dice que Leopold comía orines.
Es extraña la diversión y la inversión.
La bolsa de valores que ha caído.
Todo esto es tan cansado.
Escribir cansa, pensar cansa.
Esquina opuesta de barrio,
diez veinticinco de la noche, señora que me mira,
la puerta del viejo hotel que me dice quien soy.
Algo se perdió aquí.
Pero aún no entiendo qué.
Mi cara de Poker, mi inquisitorial pensamiento aleatorio sobre esto o aquello,
seguramente otra de mis tantas mentiras que me digo para ser feliz,
terremotos, maremotos, apocalípticos todos… tengo frío,
tengo frío de sentir mi piel.
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