Caminaba con paso ligero por una callejuela que me gusta transitar, dada la apacibilidad que se manifiesta en los muros prolijos de las viviendas y en la naturaleza amable que la ornamenta. Iba divagando, pensando acaso en algún incidente que me inspirara a escribir cualquier cosa. Es mi afán y mi culpa, posiblemente, mi droga. Por cierto, después que termino de redactar alguna anécdota, algún cuentecillo o un poema, siento una liviandad y una paz que no consigo bajo ningún otro trance.
Mis pasos me dirigían a un lugar que frecuento desde hace un tiempo, por lo que elijo diferentes avenidas para internarme y, de este modo, evitar la rutina del camino andado, pese a que las posibilidades son tres o cuatro. Si quiero aventurar, debo alargar mi viaje y caminar un par de cuadras más, pero aquello no importa, ya que no me urge ni el reloj, ni jefe alguno que me conmine a respetar un horario.
En medio de tal despreocupación avanzaba, cuando me topé de sopetón con una pequeña poza de agua que oscurecía el pavimento. Me detuve para contemplarla, ya que siempre descubro imágenes interesantes, animales fabulosos, perfiles de seres misteriosos, animales o cualquier otra fauna que se me antoje. Pero no, esta vez, se trazaba en medio de la frágil acuosidad, una pareja que parecía abrazarse con pasión. Descubría yo, admirado, la aleatoria sutileza del dibujo aquel, cuando se abrió la puerta de la casa a la que pertenecía la minúscula laguna, y apareció un señor greñudo, que al verme contemplando tal poza, me dijo:
-¿Se da cuenta usted?
Yo, sorprendido por la interpelación, le repuse: -Es una maravilla.
Me refería obviamente al dibujo que entreveía en el pavimento.
-¡Que maravilla ni que ocho cuartos! ¡Esto es un robo señor!
-Yo no veo más que pasión en esta escena. Nadie asalta a nadie.
-¿Pasión? No sabía yo que al robo puede ser un eufemismo.
Yo no visualizaba nada más que a una pareja besándose con pasión. Contemplar esa escena apaciguaba mi espíritu. Pero el hombre insistía con sus rezongos:
-Me gustaría verlo a usted en esta situación.
-¡Uf! ¡Estaría encantado, señor! Una mujer de esas características no se la encuentra uno a la vuelta de la esquina!
-No es una mujer, ¿Cómo se le puede ocurrir? Es un hombre, un tipo miserable al que le retorcería el pescuezo si lo tuviese en mis manos.
No podía entender al hombre aquel. Frente a la puerta de su casa se dibujaba una imagen sublime y él no paraba de denostar y despotricar. Obviamente, el tipo carecía de siquiera un rudimento de estética. Sentí lástima por él.
-Si supiera en donde vive.
-¿Quién?-me pregunté, ¿el artista que plasmó esta obra de arte? ¿el par de modelos que inspiraron al autor?
-Pero, pronto lo sabré y lo traeré de una oreja.
-¡Cuánto encono!- me dije. ¿Sabe usted en donde vive?
-Lo sabré y tendrá que remediar esto, si no quiere que lo meta preso.
-¿A quien se refiere usted, señor?- pregunté, aturdido ante tanta vehemencia.
-¿A quien va a ser? Al fontanero, gásfiter o como quiera que se le llame. Mire usted esta rotura.
Efectivamente, el agua se filtraba por los intersticios de la pared y era eso lo que provocaba la fuga aquella.
Le di una última mirada a lo que aún era para mí una obra de arte y proseguí mi camino.
Ya más lejos, me volteé para contemplar algo que terminó por desacomodarme. El tipo barría con furia aquella estampa, deshaciendo de una plumada lo que un imaginario dibujante había trazado con tanto amor…
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