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Persiguiendo tomeguines recorría yo el valle
respirando con ansias el aroma verde del monte
sumergido en la armonía de la naturaleza salvage
y hechizado por los trinos y gorgeos del sinsonte.
Por la orilla del rio saltaba yo sobre las piedras
tratando de no mojarme mis botas camperas.
Él, alegre y burlón salpicaba todo a su paso
las rocas en su seno y los troncos encallados
Retozaba con las ramas inclinadas de los árboles
que con lujuria su superficie acariciaban
ofreciendoles sus marchitas hojas y flores,
que flotando, el indomable caudal arrastraba.
Deleitándome y soñando con el húmedo paisaje
escuché el chapotear de un cuerpo al caer en el agua
sigiloso me acerqué y oculto en el ramaje
tuve una visión ardiente como salida de una fragua.
Parecía una diosa, ninfa de los bosques
disfrutando un baño debajo de la cascada
su cuerpo lleno de gotas brillando como soles
y en la orilla reposando su blusa y la falda
Su cuerpo esculpido en el más puro marfil
contrastaba con el rojo vivo de sus cabellos
sus formas talladas, de divinidad femenil
hizo que me ahogara, que perdiera el resuello.
Por sus senos erguidos en pose tentadora
se deslizaban lascivas gotas de agua clara
dando la impresión de dos blancas amapolas
cuando por sus pétalos resbala el rocío de la mañana.
Mis ojos con mirar hipnótico, no pestañaban
adorando aquella imagen que la casualidad paría
y padecer como aumentaba el calor de mis entrañas
mientras gozaba la impunidad del que oculto mira. |
Texto agregado el 22-09-2011, y leído por 92
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