UNA LEYENDA MODERNA
Casi todas las leyendas son antiguas, pero no todas, pues algunas son modernas, de hace muy pocos años,y una de ellas es la que se originó en unos apartamentos del barrio de Málaga conocido como El Palo. Todavía conserva sus casitas de pescadores, antiguas, blancas y encaladas, muchas de ellas convertidas hoy en restaurantes, heladerías y apartamentos para veraneantes. Estas casitas se defienden como pueden de las arrugas del tiempo y de la decrepitud, unas sucumben a la destrucción y otras se derrumban de puro viejas.
El barrio, pintoresco, aún conserva su encanto pueblerino en una curiosa mezcolanza con altos edificios modernos, barcas de pescadores, turistas en top-less, olor a sardinas en espeto, transistores a todo volumen, chiringuitos, niños escandalosos y sol a raudales. Pero de noche, en invierno, cuando la playa
se queda en silencio, el rumor de las olas parece acompañar lamentos, silbidos, suspiros y ayes.
Donde hace algunos años la excavadora terminó con muchas de estas casitas, se levanta ahora la mole de apartamentos de cuyo nombre mejor no hablar. Varios bloques, muchos pisos y una fachada de color ladrillo oscuro han contribuido, quizás a la leyenda:
La gente que compró aquellos pisos, carísimos por cierto, al poco tiempo de habitarlos empezó a oír extraños sonidos, puertas que se abrían o cerraban solas, objetos que se cambiaban de lugar sin que nadie los tocase, susurrros y hasta sombras que pasaban rápidamente por los corredores.
Uno de sus habitantes, una señora de mediana edad, tenía la costumbre de sentarse a coser por las tardes en su amplia terraza llena de macetas. En la terraza de enfrente, un pintor se pasaba el día pintando cuadros sobre un caballete y de vez en cuando miraba a la señora de enfrente y la saludaba con la mano. Ésta pensaba: ”Ese hombre, qué pasión por la pintura que no se cansa nunca”, y así un día y otro, por la mañana y por la tarde, pues cuando se recogía el Sol también lo hacía el hombre con sus bártulos de pintar.
Un día quiso la casualidad que esta señora tuviera que ir a la casa del pintor. Llamó a la puerta y le abrió una mujer de unos sesenta años vestida de negro. Mientras hablaban del tema que la hizo visitar la casa, la dueña le fue enseñando los numerosos cuadros que cubrían las paredes, de tal forma, que casi no se distinguía espacio entre ellos. Había cuadros por todas partes, hasta en el baño, detrás de las puertas y apoyados contra la pared, en el suelo.
_ Los pintó mi esposo- dijo con orgullo la dueña de la casa.
_ Ah, sí ¡qué hermosos!- yo veo a su marido todos los días pintar en su terraza.
_ ¿Qué dice! ¿Mi marido!- exclamó mientras palidecía- Mi marido murió hace tres años. Usted debe de estar confundida.
_Puede que me haya equivocado, pero su casa es el 4º piso, igual que el mío.
_ No, no puede ser. Será otro vecino
_¿Su esposo era alto y fuerte, cabello blanco, de unos sesenta y cinco años, con gafas, nariz aguileña y un poco encorvado?
_!Dios mío, sí. Lo ha descrito usted con toda exactitud!-exclamó llorando la viuda mientras se desplomaba sobre el sofá.
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