Es puntual hasta la exageración; pero algo impreciso le ha movido esta tarde a dar por terminada su jornada mas temprano que de costumbre.

Su afición casi enfermiza al orden no le impidió dejar su mesa sin recoger, su pantalla encendida y olvidar excepcionalmente su paraguas.

Pulcro y aseado como pocos, no podría precisar por qué razón no le ha importado demasiado ver su barba ya crecida en el espejo del ascensor.

A pesar de su acostumbrada educación; no se ha despedido de nadie al marcharse de la oficina, ni ha correspondido al saludo del conserje.

Hombre de costumbres fijas, correcto y nada amigo de aventuras… sin embargo ha vuelto sobre sus pasos siguiendo sin disimulo a la mujer del pelo gris; tomando el ascensor al mismo tiempo que ella y buscando alguna excusa que justificara su regreso a la oficina.

Poco antes de cerrarse las puertas ya se sintió extraño; después fue un dolor repentino mientras ambos pulsaban el botón de la décima planta. Un pinchazo violento en el pecho, desgarrador… casi pudo escuchar el sonido de la carne al abrirse…

Pero solo duró un segundo; justo hasta que su mirada se cruzó con la de ella. Sus ojos estaban clavados en el y sus labios, tensos y carentes de cualquier rastro de carmín, tenían una expresión preocupada que se fue tornando en sonrisa a medida que el dolor desaparecía por completo y la corbata dejaba de apretarle.

Al mismo tiempo le invadía un sentimiento desconocido de plenitud, una emoción incontenida y cierta sensación extraña de levitación que atribuyó a la velocidad endiablada que alcanzaba aquel ascensor.

A pesar de su impulso de consultar el reloj, un gesto amable de la mujer del pelo gris le hizo ver que ya daba igual; del mismo modo que nada importaba que hubiesen rebasado el décimo piso hace horas…