Las cuentas claras...
¡Es el colmo! Mi nombre anda en boca de todos, pero no por algún éxito literario, sino por una calumnia, que hiere mi buen nombre y honor.
Todavía no sé quién hizo correr el rumor que yo soy un pelagatos con ínfulas de ricachón. Y que todo lo que aparento ser, lo subvenciona mi ama de llaves Doña Sofía. Y que además no le pago ni sueldo ni los préstamos que supuestamente me ha hecho. Todas habladurías de viejas chismosas.
Por este motivo he llamado a Doña Sofía, para que aclaremos este enojoso entredicho.
—¿Reconoce usted, Sofía, esta factura? ¡Tome, mírela bien!
—¡Sí! Es la factura que le envió Don Lucas, el dueño de la farmacia, por cuentas impagas desde hace cinco años.
—¡No me cambie la conversación! ¿Qué dice aquí? ¿Alcanza a leer? Aquí dice, alcohol, gasas, vendas, calmantes, Merthiolate, tela adhesiva, aplicación de inyecciones, viagra, aspirinas, etc.
—Pero, Edy. ¡Yo no usé nada de esas cosas! Fue usted el que llegó a casa con la cabeza rota por un botellazo que le dio esa tal Peinpot, en la fiesta de Nilda, cuando terminaron todos presos.
—¡Sí! Pero yo no quería ir a ese cumpleaños y usted me insistió tanto para que fuera y fui a la fuerza. Por eso mis gastos de farmacia, más la cuenta del doctor tiene que pagarlos usted.
—Bueno, si usted quiere, lo pagaré yo...
—Además cuando vinieron las cuenteras, a usted se le ocurrió que jugaran al Rugby-chancho y usted fue a pedirle a la vecina que le vendiera un lechón. Después me lo cobró a mí. Y otra cosa. Cuando usted estuvo dos meses en cama por esa pulmonía que se agarró por salir a hacer las compras desabrigada, contrariando mis órdenes, que se pusiera el chal sobre los hombros, aunque estuviera lloviendo y usted por no mojar el maldito chal, no se lo puso y yo tuve que pagar a la otra señora para que atendiera la casa y a usted. ¿Ya se olvidó?
—Pero yo le dí la plata, para que le pagara y además mi obra social cubrió los gastos de los remedios...
—¡No, señora! Los remedios los pagué yo con un cheque. Por ahí tengo el número del cheque...
—Sí, pero mi obra social le reembolsó ese dinero...
—¡Si, dos meses después!
—Pero yo le he prestado mucha plata a usted y no me la ha devuelto.
—Por eso la he llamado. Para arreglar cuentas. Usted, doña Sofía, me conoce desde chico. ¿Cree que yo le iba a quedar debiendo algo?
—¡Sí! Siempre dí por perdida esa plata...
—Pues se equivoca totalmente. Su plata, más los intereses bancarios que corresponden están a su disposición. Cuando quiera. Yo le abrí una cuenta en el Banco Cohen Cooperativo, y ahí está su platita. No quería que se la jugara en el Bingo y en las máquinas tragamonedas como esa vecina Nilda, que se juega la jubilación de ella, la del Flaco, los alquileres de los locales que arrienda y hasta la plata de la leche que le dá la vaca que tiene en el departamento. Ahora tiene sus ahorros para toda la vida y puede vivir sin trabajar hasta que Dios disponga otra cosa para usted.
—Pero, ¿nó fué el Banco Cohen el que dejó a todos sus clientes en la calle y no les devolvió sus ahorros?
—¡Qué exigente se ha puesto, Sofía! No crea todo lo que le dicen, y por favor prepáreme un té con limón, que hablar de dinero me causa náuseas.
—¿Con azúcar o sacarina?
—Con lo que usted quiera, viejita linda. ¡Déme un abrazo! Usted es mi segunda madre.
—¡Edy,Edy, siempre tan cariñoso! Olvidemos las cuentas. Ya está todo aclarado, creo o ¿Quedo debiendo algo?
—No, mama Sofía, no me debe nada y si algo me debiera, “en la cuenta del otario que tenés se la cargás”, ja ja ja
—Edy, Edy, ¡Qué muchacho! Ja ja ja.
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