| Era la hora de bañarse de Marco, un niño de 6 años. Este muy decidido sin rezongar ni chistar a su mamá  se metió esa tarde, solito en el cuarto de baño.  ¡Plaf-plaf! Ya, dentro de la bañera, abrió la canilla de agua caliente, tomó el escurridor que tenía a mano y en goma para arriba, colocó en ella, bien estirada, su toalla de Bob Esponja, su ídolo. Luego colocó el palo de este en el sumidero a modo de tapón. También desparramó shampo al suelo y sacó agua de su tinaja con un baldecito de playa. Una especial espuma con aroma a limón, ¡hmmmmm!, rodeaba a  esta embarcación de losa blanca con su vistoso velamen. Una niebla de calor de ilusiones todo, todo lo cubría.
 Marquito pegando alaridos y compenetrado decía:
 
 -¡Adelanteee, Solmarcitooo!, ¡Valientes surcaremos el mundo, navecita navigunda!- Así, este intrépido soñador, no paraba de alardear al sentirse un gran capitán sin sacarse siquiera sus ropas.
 
 Un enérgico ¡miauuuu! interrumpió tanto jolgorio.
 
 _ ¡Regataaa, iré a tu rescate!- Con toda importancia vociferaba decidido el posible salvador.
 
 Si, pobre, entre el esponjoso oleaje limonado maullaba cada vez más fuerte la gata del niño, que sin permiso su siesta  había interrumpido ante tanto alboroto “marino” en ese lugar. Su amo abandonó a Solmarcito,  ¡splash-splash!,  o sea que bajó al piso,  para entregarse a un zium, zium de resbalones, patinajes, porrazos  y equilibrios  hasta poder alcanzar a su mascota negra y dirigirse, otra vez,  entre un zium-zium de resbalones, patinajes, porrazos y equilibrio a un banquito de madera que había en un rincón.
 
 ¡Oh, bella Regata,- aclaró el  rescatista- en esta isla de Toribios, (sentados ambos en el banquito), andaremos a salvo!  Allí,  el animal zarandeaba todo su pelaje de espuma para  intentar quedar otra vez  ennegrecido. Ya,  el niño asió de la manija de la ventana un colorido largavista de juguete que tenía allí colgado y con todo asombro mirando de abajo arriba a su lado, como si hubiese encontrado algo que llamó su atención,  dijo con tono curioso:
 
 -	¡Ooohhh, vaya, vaya, vaya… ¿Mirá, Regata,  quien nos visita?
 Y siguió hablando  con los prismáticos ya en su regazo.
 - Nunca pensé que podría haber un Toribio sentado a mi lado.
 El pequeño carcajeó  y prosiguió su monólogo:
 _Se ve que eres amigable, Toribio… ¿Puedes ayudarme? Necesitamos encontrar  el rumbo de mi embarcación  Solmarcito que sin timonel quedó, ¿podrías indicarme que hacer?...
 
 Parece ser que este ser imaginario, algo le indicó porque este inquieto capitán, alzó a su gata, que con ojos bien grandes tuvo que cortar sus lamidas con las que se andaba peinando, y entre un zium- zium  de  resbalones,  patinajes,  porrazos y equilibrios,  el niño a modo de  despedida y algo  entrecortado canturreaba:
 
 ¡Toribio, pirata mala pata,
 Si me rompo una pata,
 nos acordaremos,  yo y mi gata
 de tu compañía tan grata!
 
 Así,  Marco y Regata  llegaron nuevamente a la nave navigunda  Solmarcito.  Ël deposító a su mascota erizada (¡fshhhh!)  en el borde de esta,  cosa que no se mojara más y sacó de una, lo que hacía de vela del sumidero.  Cerró la canilla, se sacó velozmente su ropa húmeda.  La escurrió.  Desplegó su toalla en el piso y secó como pudo todo rastro de ese ahora.  Se vistió más rápido aún y  salió con gata a upa a la cocina, a mirar su programa favorito de TV que ya empezaba: “Las aventuras de Bob Esponja”.
 
 La máma  de Marco viendo que su hijo había terminado con su baño entró a acomodar las cosas en este cuarto.  Puso el frasco con lo que quedaba de shampoo en el estante,  apartó la ropa húmeda para llevarla a colgar y estiró la toalla en donde,  con un plop – plop se vió estampado  un Bob Esponja junto a un pirata compartiendo una cerveza y limonada en una isla... Seguramente, Toribio,  será también un nuevo ídolo que quedó registrado en esa toalla-vela  luego de esta mágica aventura en Solmarcito.
 
 ¡Chaucito...!
 
 |