Alguna vez he pensado que el destino nos tiene preparado algo más adelante a ti y a mí. Alguna vez he creído además, que tú también piensas lo mismo. Así funciona el ego, cubriéndolo todo bajo la sombra de una lógica explicada en sí misma, haciéndonos creer que merecemos lo que queremos, que mientras más queramos algo, ese algo llegará.
Pero no es así.
Te veo pasar, me duele el reflejo del sol sobre tu pelo, me duele por bello, porque enfatiza innecesariamente lo guapo que estás. Caminas como loca alma vieja, siempre sintiendo el viento, y siempre solo. Dejas un halo de palabras invisibles, inaudibles, que me taladran como si todas fuesen para mí. Cada vez es lo mismo; tus poemas sutilmente incisivos, nosotros parecidos, y esos versos que se acercan peligrosamente, como pedazos metálicos en frente de un imán.
Me basta con verte pasar. Qué egoísta sería retenerte siquiera unos minutos para inventar que estás más cerca.
Como una estrella fugaz te veo rozar el panorama, pero nunca te quedas. Por más que mi ego, secretamente, lo quiera.
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