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Al mostrarse la mañana del 25 de Agosto de 1985, en un callejón bohemio de la cuadra cuatro de la Av. Independencia, en el que la tradicionalidad y el ritmo frenético de la sociedad se combinan formando una mezcla inconstante de marginación, sentado frente a su escritorio, con una pluma en las manos , varias hojas de papel que cubrían el suelo, dándole un aspecto un tanto parecido al de un bosque en otoño, un hombre de acaso cincuenta o más años, la edad me es difícil de recordar, procuraba hilvanar símbolos imaginarios, plasmarlos en las hojas, dar vida a una historia, este hombre al que llamaré por una cuestión de holgazanería, me es trabajoso recordar su nombre, Damián Masoller, provenía de una recóndita provincia en la que el tiempo ha perdido la cuenta, los días siguen su marcha sin ningún tipo de peculiaridad en el ambiente, está situación que a cualquier ser humano común podría parecerla utópica y a la vez digna de admiración, provocaba en él rebeldía y ansias de emociones, es quizás por este motivo que emigro de este pequeño pueblo sin nombre y dio a parar en una quinta de la ajetreada ciudad, el pertenecía a un selecto grupo de personas que no estaban conformes con la realidad, perseguían constantemente respuestas como quien busca el tiempo perdido, acaso la única forma que estos seres condenados a la incomprensión y a los rincones solitarios encontrasen un haz de luz bajo las sombras es creando, jugar a ser dioses( paganos tal vez), dar vida a personajes que luego formarían parte de nuestros sueños, pero ¿Es que acaso la realidad se diferencia del sueño?, al fin de cuentas lo que es real para nosotros al caer la noche se transforma en una nostálgica ilusión, se había sentado a escribir, pero durante largos minutos las ideas se alejaban de él, en el flujo constante de la imaginación nada le era atractivo, todo le parecía ya hecho, ¿Qué podría hacer? ¿Acaso este sería el ocaso de todo intento de ilusión?, un instante agonizante, no podía concebir una realidad compuesta por los engranajes de la monotonía, el desdichado Damián tomó los papeles sobre su escritorio, los observo detenidamente como quien busca en ellos una letra, algo que despierte en él su interés, pero no encontraba nada, encolerizado arroja los papeles contra la pared, sin saber que hacer, sale a la calle, a pesar de que acaba de amanecer, está lloviendo sin cesar, las aceras pavimentadas imitan a las pistas de patinaje, toma su saco y un paraguas, acaso en la realidad consiga una fuente de inspiración o tal vez esta la persiga y él involuntariamente escapa de ella, no lo sabía, no podía perder el tiempo, cierra la puerta tras él, convencido de no volver sin una historia que contar.

Anduve por las ajetreadas calles de la ciudad sin rumbo conocido, doblo por la esquina de la calle Libertador, aquella que colinda con los arrabales de la ciudad, diminutas casas que en sus paredes callan todo lo que nadie desea escuchar, lo decente y lo inmoral, el semáforo en rojo me detiene, los autos pasan deprisa, como si de una competencia con el tiempo se tratase, en cuanto a mí, el tiempo ya no tiene prioridad alguna, cruzó a la acera del frente, a escasos metros una antigua librería en la que solía reunirme con mis amigos en interminables coloquios que hoy ya forman parte del recuerdo, por alguna razón desconocida entro por la puerta, a mi alrededor, unos estantes repletos de libros me observan celosamente, como esperando que vaya por ellos, hoy no es el día, tal vez mañana.

Es realmente hermoso esto de la autosatisfacción, la falta de preocupaciones, en las que no se atreven a gritar ni el dolor, ni el placer, donde todo no hace sino andar de puntillas y susurrar al oído que no existe nada más, avanzo entre los salones, cada uno igual al otro, como si de un laberinto se tratase, un antiguo convencionalismo burgués me obliga a mirar con pena la mesa en la que nos reuníamos, me parece poder escuchar sus voces gritándome al oído, desearía poder volver a aquellos años, pero esto me parece inconcebible, no queda más que salir de la librería y seguir caminando.

Durante varios minutos mis pies me guiaban, por una cuestión de casualidad llegue a la puerta del teatro nacional, recordé que había leído que se presentaba una función conmemorativa a Mozart, al parecer estaba por comenzar, sin nada que perder entro, la sala estaba casi vacía, no me extraña, si Amadeus observase esto, con seguridad no le hubiese importado, en esto radica considero la estrecha diferencia entre el genio y el hombre común, el poder decir: Al diablo con todos los demás, me siento en la fila del medio, la sinfónica está por comenzar, me siento impaciente, miro a los lados, una anciana dormía sobre su silla, a su lado sus nietos jugaban concentrados en sus celulares, más allá unos hombres reían entre ellos, regocijándose en sus sillas de cuero, riendo estruendosamente, mientras el silencio se ve ultrajado por su execrable presencia, el sonido de la música interrumpe sus pensamientos, el Réquiem en re menor lo embarga de improvisó, no tiene escapatoria, se sumerge en los mares inconfundibles del pensamiento, ahogando sus temores, sus dudas, una eternidad pasa por sus ojos, no sabe cuánto dura este momento, pero no desea que termine, por primera vez, solo quiere morir, descansar perdido en los inconfundibles laberintos de lo divino.
Al extinguirse el resonar de las notas, nadie se levantaba de sus sillas, observaban ensimismados el centro del teatro, Massoler no se percataba de lo que en su interior había acaecido, las fibras de su sensibilidad renacieron en un instante mágico, pero al cabo de los segundos, el golpe de la realidad cual martillo lo despertó de su letargo, la señora había vuelto a dormir, sus nietos prendían los celulares y los hombres quienes por escasos minutos olvidaron su charla retornaban al dialogo desmesurado, cuando volteo a ver el escenario se dio cuenta horrorizado que una mujer se hallaba recostada sobre la tarima, su traje ensangrentado adornaba el espectáculo, por alguna razón nadie se inmutaba, alarmado grita a viva voz, nadie le respondía, se encamino al escenario, ¿Por qué nadie lo acompañaba?, Permiso señora, dijo casi gritando, no reaccionaba, cada paso que daba se hundía en el más profundo silencio, al llegar al filo de la tarima, nadie lo detuvo, todos permanecían en sus asuntos, se acerco al cuerpo de la mujer, agonizaba cruelmente, ¿Pero qué podía hacer un escritor sin ideas?, acaso resignarse a ver a la muerte carcomer una vida más, despacio, como quien disfruta el momento, la mujer lo observaba a los ojos, más no decía nada, ella también comprendía la situación o tal vez, esto es lo más probable, al igual que los asistentes a la función, ya no le importaba. La vida la abandono no sin antes emitir una sola palabra de sus labios casi sin vida: Es Muss sein!.

¿Muss ess sein? Es muss sein! Es muss sein!, ¿Porqué?, acaso esto era la realidad, cuando pérfida y lamentable se mostraban estas palabras, no había nada más que hacer, a mi alrededor todos se habían marchado, dejando el cuerpo fermentar al aire libre, como si les incomodase la muerte, tarde o temprano era consciente de que el también la olvidaría.
Levanto el cuerpo en brazos, por alguna razón en particular había perdido su peso, como si de repente una gran carga hubiese sido retirada, quizás con la muerte consiguió la libertad, no lo sabía, ni podía estar seguro de ello, lo que si le interesaba era saber cómo es que esta mujer había parecido en el teatro, ¿Quién la trajo?, ¿Quién le quito la vida?, observó a su alrededor, todos permanecían ensimismados en sus asuntos, sin percatarse de lo acontecido, sintió como unos ojos lo observaban pesadamente desde las penumbras, entre las cortinas, no podía ver el cuerpo entero, pero de una mujer se trataba eso estaba seguro, una extensa cabellera dorada caía sobre sus hombros, sus pupilas encerraban una profunda tristeza, sumergidas en los paradigmas de lo inexplicable, pero a pesar de ello sonreía, reía a carcajadas, no le quitaba la mirada de encima, Masoller desesperado se dirige hacia donde estaba, al instante su figura desaparece.
Deja el cuerpo a una esquina, supone que al muerto no le importaría, sale a la calle, no sin antes echar una última mirada al vacio en donde antes se encontraban aquellos ojos, da media vuelta, aun queda mucho camino por recorrer.
Al cruzar el umbral del teatro, la lluvia ha cesado para dar paso a una espesa neblina, no alcanzaba a ver nada a su alrededor, se pregunto si ya tendría alguna idea para escribir, quizás acerca de aquella mujer, o de lo que había vivido hoy, pero a pesar de que en su momento esto lo exaltaba, luego daba paso a un profundo vacio, horrorizado, desesperado golpea la pared con los puños, ¡Nada!, no existía nada más para él, corre por las calles, ahora más que antes no sabe a dónde su dirige.
¿Dónde? ¿Dónde? ¿Izquierda? ¿Derecha? ¿Regresar? ¿Vivir?, sus pensamientos lo confundían, hasta el punto de desear sustraerse de la realidad, alzar el revólver, y dar por terminado esta andanza, pero no podía hacerlo, tal vez por cobardía, o quizás porque se consideraba demasiado orgulloso como para dejarse vencer por la muerte, Maldita ironia!

- Deja de andar, relájate, una voz dulce lo inquieta desde un rincón desconocido, no logra dar con el emisor, pero incompresiblemente todas sus dudas se han despejado, dando paso a una sensación nostálgica mezclada con los más puros sentimientos de desolación, un néctar diabólico de tranquilidad.

Unos pasos resonaron de la nada, una mujer de cabellos largos que confluían a la altura de sus hombros, mejillas pálidas que le daban cierto aspecto un tanto gélido, llevaba entre las manos un libro, el nombre no puedo recordarlo, o quizás no quiero hacerlo, deduje que era la mujer del teatro, pero ¿Porqué me había venido a buscar?, me entregó el libro, extendí los brazos, sin quitar la vista de ella, note sus pupilas dilatas, sin vida, denotaban desesperación a gritos, estos se perdían en los mares espumosos de intolerancia, lo comprendía, esta mujer era un espejo de la realidad, sus manos, sus ojos, todo estaba teñido del tinte incoloro de la muerte, la traición a la vida.
Su cuerpo se desvaneció, no sin antes asegurarse de que leyese el libro, lo que encontré en aquellas páginas mis labios no me permiten describirlo, en un instante la realidad y la ficción dieron paso al más hondo de los pesares, una carga pesada, horrorizado por lo leído, cierro el libro, esta vez no me apresuró, no hay razón alguna por la cual deba hacerlo, nada cambiaría ya lo acontecido, al menos esta vez tenía una idea más precisa acerca de que escribir, retorna sobre sus pasos, pasa por el Teatro, la mujer sale por la puerta, lo saluda cordialmente, el responde con un gesto típico de la burguesía , loa hombres lo observan para luego seguir su camino, estos detalles que en otro tiempo le hubiesen causado agobio por tal conducta desconsiderada, en especial después de lo acontecido en el teatro, le resultaban hasta cierto punto irrisorias y sin sentido, como si las cosas tuvieran que ser así de antemano, Es Muss sein!.
Al acaecer la noche, su figura cansada se recostó sobre la sala a media luz, nada lo perturbaba ya, solo deseaba descansar perdido en los inconfundibles laberintos de lo divino, acaso esta era su única ilusión, un letargo prolongado.

Sacó una hoja de papel, unos cuantos lapiceros, un haz de luz proveniente de una vieja lámpara guiaba sus palabras, recordó el libro, las paginas que contenían un terrible secreto, creyó que articulaba ficciones, inconsciente de que el pertenecía a una, el libre albedrio se definía tan confuso como los intricados pasadizos del laberinto de Creta.

Terminó de escribir, apago la música, colocó la silla bajo sus pies, enrosco la soga a su cuello, una gota de sudor rodaba por su frente, creyó por unos segundos que por única vez, el decidiría el momento de su muerte, un acto de rebeldía tal vez hacia el tiempo mismo, desconocía que esta escena también estaba prevista.

Sobre el escritorio unas hojas de papel teñido circulaban en la habitación, pude leer el titulo de aquel libro, sin sorpresa las inscripciones grabadas explicaban su decisión, tal vez la justificaban:
Al filo de la Desesperación.

E.A.L

Texto agregado el 19-09-2011, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


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