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El fantasma del parque Lezama

Alguien comentó alguna vez que en el cuarto del frente número cinco del conventillo, vivía una monja que había venido de Francia en el año1955. Ahora, hacía muchos años que la monja no vivía más allí, pero tampoco se sabía que alguien hubiese ocupado ese cuarto después que ella desapareció en 1965.

Treinta años después, Pedro venía de trabajar. Él siempre cruzaba el parque caminando a las siete de la tarde, hora que salía de su trabajo. A menudo percibía que algo o alguien estaban cerca de él pero nunca vio nada.

A medida que llegaba el invierno el parque estaba cada día más oscuro. Un día sin darse cuenta cambió de camino y caminaba por la vereda del parque, cuando por un instante vio adelante suyo, que alguien de blanco cruzaba la calle y entraba en un pasillo estrecho donde se perdió de vista; vio que entraba con conocimientos en un oscuro y estrecho pasillo, pero no vio más.

Alcanzó a leer en un desprolijo cartel: Conventillo. Se alquila.
Los días siguientes volvió a hacer el mismo camino y todas las veces se aparecía esa mujer de blanco y entraba por el mismo pasillo.

Un día la mujer se paró y esperó que él la alcanzara; sin dudar se aproximó a ella, había luz de luna llena y un mortecino farol iluminaba algo entre los árboles. Hacía mucho frío, él la saludó y no recuerda que le contestó, pero entendió por los ademanes que lo invitaba a pasar con ella al cuarto del frente, en el pasillo.

Él aceptó. El aspecto de la habitación era húmedo y mohoso, con ventanas que nunca se abrían para que entrara aire y sol; todo tenía un aire de misterio y aquel ambiente tenebroso se parecía mucho a una tumba. En la habitación había una escasez de muebles que llamaba la atención: Sólo una cama estrecha de hierro forjado con un cubrecama blanco y un retrato de una monja con su hábito blanco que colgaba de la pared más oscura y sin ventanas.

La mujer que a simple vista era enigmática y hermosa se sacó la túnica y quedó absolutamente sin ropa, su cuerpo era leve e indescriptible; ella le pidió que también se quitara la ropa. Él le puso las manos sobre los senos y sintió que eran dos cubos de hielo; quiso tocarle el sexo y no encontró nada, sólo frío y más frío.

Cuando se dio cuenta que caminaba por el Parque Lezama, estaba vestido y eran las 6 de la mañana.

Pasó toda la noche con ella y no recordaba nada de lo que pasó en el cuarto número cinco del conventillo que alquiló la monja que vino de Francia. Seguro que no hubo besos ni hubo sexo. Sólo recordaba el frió inmenso del invierno.
Al día siguiente cambió de camino.

Jorge Eduardo
Argentina.

Texto agregado el 17-09-2011, y leído por 142 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-09-2011 Un buen texto, con impecable narrativa. susana-del-rosal
17-09-2011 ¿Será por eso que el Parque Lezama tiene una magia especial? filiberto
 
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