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Yo qué sé si es mentira. Esa cara que parece arrancada del diario después de quemado, de las revistas que de niños recortábamos sobre el recorte de tu hermano porque a la maestra se le había dado otra vez por Artigas o por la energía eólica. Y su voz, de eco largo, hollinoso como el humo lento de las chimenas. Las piernas finas, largas, confundidas como mikado en picada; igual los brazos, chapoteando en el agua de su gesto. Y por último los ojos. Por último imposible no retrasar la mirada en los ojos blancos del tipo que quiere viajar a San José.
¿Acaso no te pasa lo mismo a vos? ¿No te vienen en ese momento ganas de escurrir algún pescuezo o desangrarte los nudillos contra una puerta? ¿No lo sentís? ¿No huele a metal, a tornillo estaqueado en el pulmón? O más que olor, o más que en el pulmón, es en el paladar la cosa –digo “cosa” porque no se me ocurre nada mejor, capaz que es una araña o una babosa o las dos apuñalándose mutuamente y prolongando sus cachos de tripa ácida por el estómago, por los intestinos, por el mismísimo culo. Claro que lo peor sigue siendo en la garganta, por ahí hay algo que bloquea, que terriblemente se interpone. Una tos amarga, como el aliento del asilo o el óxido marrón que se acoda en los arrabales del bidé: eso, quizás eso, quizás. Aunque puede ser todo una mentira, ¿no te parece?
Ya sé, no me pongas esa cara, ya sé que estoy escribiendo lo que no debe escribirse. Sucede que estoy cansado y las palabras me salen así, caen así sobre el papel mientras afuera empieza a llover y yo no cierro la ventana. La noche persiste y me moja y gota a gota va invadiendo el escritorio, el cenicero, la taza del penúltimo café. Y la máquina de escribir, y yo arqueado en la máquina, tecleando como una rueda de ferrocarril que hace crujir sus brazos y echa humo y grita y grita con todo su acero sangrante porque no quiere partir, irse de nuevo al desierto a morir despellejada, blanca, en llaga. Pero ahí va, lo mismo enfila las vías, las abraza hasta quemarlas, fundirse con ellas porque es así, porque es su maldita obligación. Mi maldita obligación ir hasta vos, que vaya a saber dónde andás, en la cama, en el sillón, en el ómnibus, en algún lugar que te sostenga la cabeza mientras yo me entrego al vacío, me flagelo ante la nada de este tercer párrafo que no releeré y que vos podrás saltear sin ningún remordimiento porque después de todo soy yo, un desquiciado que te escribe que hay un tipo que necesita viajar a San José y no puede.
Mirá, esta vez fue de sopetón, exactamente en el vértice de la esquina. Hace un rato, tres de la mañana, venía yo mirando el suelo y fue el tipo –el tipo que quiere viajar a San José– el que me vio primero. Me atajó enseguida y la cara se le derritió. Sus manos no se movían mientras me hablaba y me miraba con esos ojos blancos que no pueden evitarse. Me dijo que lo llamaron, que su padre había tenido un infarto, que se estaba muriendo en alguna cama oxidada de San José y que tenía ir, se muere, múerese, se muere.
Vos habrás escuchado a más de uno comentar que el mismo tipo recorre el centro todas las madrugadas. Anda más bien por 18, donde tiene mejor chance de encontrar despistado interlocutor y rescatar algunas monedas. Ayer, a la madre le vino un derrame cerebral y antes, el hermano se enrostró un camión. Y la semana pasada fue su mejor amigo el que cayó a un pozo, el mismo al que cayeron sus sobrinos el mes anterior. Y la cuñada había sido secuestrada, el tío baleado, y los niños de la escuela intoxicados con no sé qué de carbono. El caso era que había que ir a San José a como diere lugar, porque San José se está muriendo. Literalmente se está muriendo.
La primera vez que lo vi me confesó que se le estaba incendiando la casa. Sus hijos y su mujer serenamente dormían cuando las llamas los quemaron por dentro. Un vecino se ahorcó al otro día y el jardinero quedó electrocutado dos noches después. Luego el perro cayó gravemente enfermo y ahora, en este preciso momento, su padre agoniza mientras él –el tipo que quiere viajar a San José– anda todavía por Montevideo, perdido, solo y sin un peso.
Seguro que vos ya descubriste el truco, ¿verdad? Ya le viste la mano izquierda al mago y ahora no podés evitar pensar en que es mentira, una treta de circo barato. No podés evitarlo y estás por abandonarme, tirar esto bien lejos de tus ojos, porque ahí está la cama, el libro, el noticiero del lunes. “Que estalló la guerra, que no controlaron la peste, que se suicidaron en masa, que cagó una paloma en la corbata del presidente, que mañana continúan las lluvias…” Y de reojo sigo yo, persisto yo en contra de tu voluntad, aunque igual vas a seguir leyendo porque viste que queda un párrafo nomás. Entonces te decís: “Vamos a ver qué quiere este loco que escribe”.
Y yo te respondo que nada. Solo estoy desesperado y tengo la ilusión de que me creas. Hay un tipo que quiere viajar a San José, porque San José está desapareciendo, y a él sí le importa.

Texto agregado el 15-09-2011, y leído por 113 visitantes. (0 votos)


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