Apenas un montoncito pardo en medio del enorme corazón de la hoja del ocumo. Allí, bajo el balcón de la cocina y rodeado de muchísimas gotas de lluvia que se fijaban aún a la planta desde la noche anterior. Quizás habría caído desde algún nido entre los altos mamones… ¿estaría muerto?...
Bajé apresurada, dispuesta a auxiliarlo de cualquier manera. Me acerqué con cuidado para verlo de cerca. Pequeñas plumas comenzaban a nacer en su cabeza minúscula… ¿cómo podría tomarlo sin hacerle daño?... y luego, ¿cómo lo llevaría de regreso al nido?... me angustió el pensamiento de que podría morir, tan indefenso se veía.
Y entonces, sorpresivamente alzó el vuelo… un vuelo torpe y asustado, apenas de pocos metros y casi saltando entre los arbustos. El riachuelo enmudeció un instante. Las gotas de lluvia parecieron detenerse, conmovidas ante su audacia. El perro movió indiferente las orejas y continuó durmiendo.
Me llevé las manos al pecho y en silencio pedí a Dios por su seguridad. El pajarito dio pequeños vuelos y ya no lo vi más.
Desde el balcón, mamá me sonreía.