Inmóvil en mi cuarto, ya no se si el sol brilla o la luna ilumina. Mis piernas paralizadas, mis ojos ya casi no parpadean y mi voz sumergida esta dentro de mi alma. Una presión interna comprime mi pecho, avanza por mi garganta, recorre mi rostro y da vueltas por mi cerebro, es ahí donde más miedo tengo. Esa presión se transforma en imágenes, recuerdos o futuros sucesos, sin poder luchar contra ellos. El angustioso miedo se apodera rápidamente de mí, y mi cerebro intenta luchar contra él, pero él siempre tiene una espada que atraviesa mi espíritu.
Los minutos se transforman en horas cuando el miedo se apodera de mí. El miedo a no saber el que vendrá, el miedo a volver a sufrir, el miedo a que no sientas lo mismo que la última vez, el miedo a que ya no te haga reír, el miedo al que ya no me quieras, el miedo al amarte en silencio por mucho tiempo, el miedo a mirarte sin poder verte, el miedo al tocarte sin sentirte, el miedo al estar contigo pero sin ti.
El miedo a amarte solitariamente...
Pueden pasar días apoderado en la oscuridad del miedo, pero siempre el sol vuelve a brillar para poder luchar, o más bien vivir....
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