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Empezó a caminar porque era algo que ya había pensado, sin ninguna razón, mucho tiempo atrás. Cuando tocó la puerta, Alicia salió con bata, con unas pantuflas de conejito y el pelo envuelto en una toalla gigantesca, la vio con ganas de burlarse de ella. Se vieron a los ojos durante unos diez segundos, o tal vez menos, tardaron en reconocerse, o más bien, tardaron en aceptarse.

- Hija, te he venido buscando desde hace días.
- ¿Papi? ¿Eres tú?
- Sí, recién hace dos semanas salí de la cárcel, no quería que me vieras antes, pero ya estoy bien, aún me da vergüenza.
- No quiero que nos mire mamá, seguramente se enojará si te ve aquí en la puerta, no puedo invitarte a pasar, sabes lo que ella piensa.
- No te preocupes hija, ya me acostumbraré a verte de esta forma, sólo quería preguntarte si podemos vernos algún día de estos, podemos tomar un café, conversar o cualquier cosa, una caminata juntos nos haría bien.
- Pues sí, creo que sí…, te doy mi número de teléfono y me llamas luego, nos ponemos de acuerdo, hay tanto que quiero preguntarte, tanto que quiero decirte, tanto que pienso contarte… fue mucho tiempo, papá… -arrastró la voz, como si fuera a llorar.
- Sí, a mí también me gustaría verte mi niñita… Porque… siempre lo fuiste.
- ¿Cómo va tu salud? Por Armando me enteré que de pronto te pusiste mal en la cárcel; que por eso te redujeron la pena.
- Sí, creo que fue el detonante, tengo diabetes, ya es un poco crónica, pero estoy bien, tal vez, si me cuido, viva unos cuantos años más.
- Yo te ayudaré en lo que pueda… papi…

Algunos días después, pensando en la manera que se darían las cosas, tomó el pedazo de hoja de cuaderno en que estaba apuntado el número; desde un teléfono público llamó a su hija. La conversación no fue muy larga, tal vez por la negativa de ella para poder verlo esa misma tarde; don Armando no hizo más que dejar caer la mano, el teléfono que golpea contra la bandeja de metal, y el silencio del otro lado. La cara desencajada de don Armando, su cabeza bullendo en cólera y tristeza; cosas siguiendo su curso normal. A la tarde, imitando la sensación de estar con su hija se presentó al café, pidió una cerveza y algo de comer. Estuvo casi dos horas sentado, observaba el número de teléfono, fingía de cuando en cuando una sonrisa a algún mesero, a cualquier solitario en las mesas aledañas; a veces quedaba como una instantánea, como si pudiera ser arrancado de tajo de la realidad.

Una semana después, tomó de nuevo el teléfono cercano a su vieja casa, metió una moneda en la ranura y marcó otra vez. Contestó su ex esposa, cuando él escuchó la voz de ella, sintió una opresión en el pecho, como si su camisa le apretara el cuello y le quitara el aire. Durante unos segundos sintió la tentación de decirle algo, pero luego colgó. No tenía nada que fingirse ese día, pero creyó que sí, regresó al mismo café, pidió cerveza y comida, sonreía de cuando en cuando, observaba el número de teléfono, pensaba en la voz de su ex esposa, pensaba en Alicia.

Para decidirse a volver a llamar, debió detenerse a pensarlo mucho tiempo, tal vez semanas, tal vez meses; el tiempo corría tan lento y desasosegante en su habitación, después de levantarse en las mañanas quedaba durante largo rato con la mirada puesta en el segundero del reloj; hasta que por fin decidió llamar una última vez. Salió de la habitación, tomó el teléfono, sonó y sonó. Desesperado, volvió a marcar el número, pero nada, nadie contestaba y volvió a su viejo ritual, un café solitario, una cerveza, comida, una sonrisa cada vez más sardónica, un pedazo de papel que se ha convertido en un absurdo.

Se acercaba el cumpleaños de Alicia; durante algunos meses, en trabajos de poca monta, había juntado algo de dinero. Recordaba que cuando niña, a ella le había gustado un pequeño muñeco en un supermercado, lo compró y le compró algunos caramelos que pensó, podrían gustarle. Al salir del lugar, con la bolsa plástica en la mano, y mucho más viejo y cansado, caminó como si siempre hubiese pensando en eso. Fingió encontrar la casa, fingió tener un número de teléfono, fingió probables citas. La casa estaba vacía, hacía dos años que nadie sabía de ellos. Regresó al viejo café, el mismo ritual, la misma fecha. El próximo cumpleaños volvería, llamaría y seguramente compraría el mismo muñeco y los mismos caramelos, volvería al mismo café, tomaría cerveza esperando que algo pase por fin.

Texto agregado el 13-09-2011, y leído por 454 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
05-06-2018 Me gustó mucho. MarceloArrizabalaga
30-05-2015 Sat 30 May08:18 madrobyo No tenés puta idea de lo que es trolleo, putita mejicana. PrincipeNegroMx
29-09-2011 1. De acuerdo con bolche. sensei_koala
20-09-2011 No se si se puede meter un de cuando en cuando o no, pero a mi me ha dado una pena atroz. colomba_blue
20-09-2011 No podés meter dos "de cuando en cuando" en un cuento. Ni siquiera uno podés meter. La concha tuya. bolche
20-09-2011 Tan triste... Ahí se quedará aferrado, en modo nostalgia, al único sentimiento hermoso que sobrevivió. Para ser tan corta la vida, a veces se nos castiga demasiado. Selkis
19-09-2011 Y pasaría... carelo
16-09-2011 Mmm no sé, el final está como en punta, pero me gusta la narración en general. Me alegra no ser una docta en literatura, así puedo decirte cualquier idiotez y no sentirme culpable. Besho! -Carmen-
15-09-2011 Oh, ese final...oh! nomegustanlosapodos
 
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