Si dejé de escribir fue porque el plectro nunca me dio permiso. No podía, porque nunca llegaba, y yo, como amante de la libertad, nunca lo forcé a llegar.
Pero hoy vino de carrera, a tomar el té conmigo y a hablar de amor. Este viejo filósofo de pacotilla siempre ha tenido este tópico por preferido. Le digo que no tengo novio, ni pretendiente, ni andante ni admirador secreto ni nada. Que no hay musas para esos poemas, que la magia ya se ha muerto con la ilusión de quinceañera.
- Olvida ese ensueño, viejo, no te hace más que vivir en un mundo inventado, para impactar de frente con la realidad dura y terca, que no cambiará por unos fugaces versos garabateados.
Pero el viejo amigo insiste en que el amor, desde que existen las palabras, nunca ha dejado de ser tema.
- Si hablamos del poema como inventor de realidades intangibles, has de tener, de seguro, algún amor de esa calaña. - me dice - Alguien que para ti sea un amor poeta, uno efímero y nebuloso, casi al borde de la existencia y no existencia.
Y entonces pienso en él. ¿Quién más intangible que aquel con quien he esperado la casualidad de un encuentro por años, sin que jamás ocurra?. ¿Quién más efímero que ese muchacho que minutos después de decirme lo que siente desaparece del mundo?. Hombre con más poesía en el cuerpo no he conocido en veinte años, pues transmite, a veces, hasta sin hablar.
- Está bien, plectro, me la has ganado; siempre hay excusas para hablar de amor.
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