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Las paredes se secaron de tanto esperar. El silencio lo embarraba todo en ese último año. Por las noches, a veces, entre el crujir de las ramas se escuchaba a cierta distancia el aullido del lobo.
La pequeña Elena dormía sola en su cuarto, el más cálido y pequeño del enorme caserón. Hacía tiempo que la chimenea estaba apagada, le daba miedo que la casa se prendiera fuego por la noche, mientras ella dormía, sobre todo ahora que estaba sola.
Por la mañana, temprano, caminaría hacia el pueblo para comprar comida, el dinero no era problema, calculaba que tendría suficiente para al menos un año. Luego regresaría a casa, daría de comer a los pájaros y saludaría a los padres que yacían en la cama. La enfermedad se los había llevado hacía meses, pero la niña o no quería o no podía enterrarlos, por eso todas las mañanas entraba flores al cuarto y abría los grandes ventanales para disimular el fétido aroma de la muerte.
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Texto agregado el 11-09-2011, y leído por 100
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