Existe una sensación, mágica desde mi punto de vista, que envuelta en un halo de poderoso misterio me sigue fascinando cada vez que me sobreviene. Como la mayoría de ellas es casi imperceptible, pues a fuerza de repetirse pasa sin pena ni gloria y se pierde en la rutina sin habernos dado cuenta de lo verdaderamente imprescindible que puede llegar a ser. Quizás he sido demasiado rotunda, imprescindible no es, al menos no desde un punto de vista objetivo, pero es una de esas razones que la vida te ofrece a veces desinteresadamente y que te demuestran que merece la pena seguir, levantarse después de la caída. Es una oportunidad que nos brindamos nosotros mismos inconscientemente, que es de la única manera en la que podemos rozar la perfección, un sentimiento simple y fugaz, pero inevitablemente lleno de fuerza.

Siento andarme con tantos rodeos, pero intento referirme a algo un tanto complejo de definir, a esa especie de doloroso placer en el que culminan nuestros fracasos y decepciones, a la satisfacción que llega junto al cansancio infinito de la batalla perdida, a esa calma a la que están condenadas todas las tormentas del alma. Es el sabor salado de una lágrima que durante tanto tiempo y con tanto esfuerzo hemos tratado de contener, y que por fin se desborda desatando el nudo de una pasión que nos devora y nos consume por dentro; la sonrisa incoherente que nos sorprende cuando pensamos que éramos incapaces de realizar semejante proeza; un lugar en el pensamiento en el que nos damos cuenta de que merecemos algo más que nuestra propia compasión y en el que se confunde el tiempo mientras se apodera poco a poco de nosotros una paz que de golpe lo invade todo, repentina como un rayo, casi violenta, pero tan maravillosa y deseada que te hace olvidar durante un instante lo que te ha llevado hasta allí.

Es una sensación tan poderosa que te deja exhausta y sola, abandonada en medio de un naufragio de ilusiones que se convierten en nada, que se desvanecen, pero tranquila. Tranquila para volver a empezar, para quererte sin miedo incluso con más fuerza que antes, purificada como el aroma que la lluvia deja en el aire cuando pasa. Y aunque vaya precedida de todo aquello que tanto nos asusta, personalmente a mí me llena de una extraña felicidad encontrarme con esos dulces momentos de sincero placer aún cuando el dolor parecía haber ganado la batalla. Es bueno recordar que, aunque en grandes dosis resulte muy peligrosa, la tristeza puede ser tan hermosa y única como la felicidad, siendo como es, una de las grandes pasiones del alma.