El hábito (XVI)
Esa noche nos fuimos directo a la acción, el preámbulo que se había prolongado por más de dos semanas ese día culminó en la sesión erótica más intensa de que tuvo noción la monjita, yo no había sido un cazador furtivo, con una relación maltrecha sin concluir me aventuré aquella noche, con la conciencia mitigada por los recientes descubrimientos, no sé si fue revancha por la hipocresía mostrada por la institución o simplemente sólo me dejé llevar por un deseo que yo también traía atorado en el cuerpo, las visitas de la extraña mujer, ahora ya familiarizados, se habían hecho cotidianas, ya hasta el recepcionista lo veía como normal y el velador ya no chismorreaba, ahora estaba entretenido en investigar las “extrañas” visitas de aquellos tipos que él bautizó con el mote de “Los Botudos”, ya los cuchicheos entre las habitaciones habían cesado. La monjita ya no era noticia para nadie, hasta los actos más aberrantes para desgracia humana terminan siendo cotidianos, qué razón tenía nuevamente mi abuelo con sus dichos: “a todo se acostumbra uno mijo menos a no tragar” -decía enfático. Ahora la atención estaba puesta en el policía, en los rumores de los niños desaparecidos y del clero involucrado en situaciones macabras de desapariciones, homicidios, tráfico de armas, drogas y órganos humanos.
La ternura nos desbordó cuando la pasión del inicio nos había dado una tregua, la monjita resultó ser una mujer capaz de dar amor a plenitud y también de recibirlo, a pesar de su supuesta inexperiencia en el amor, sus besos sosegados sabían al delicioso dulce de los besos nuevos y sus manos inexpertas volaban como mariposas por todo mi cuerpo queriendo posarse en cada resquicio de mi piel para inhalar el néctar que quizás las transportara a un mundo imaginario que nunca existió, yo me entregué como dije antes, no quise impresionar, ni tampoco mostrarme versado, ¿para qué? no tenía que competir con nadie, como nunca en mucho tiempo dejé que el agua manara tranquila como en el arroyo mediano, sin el ímpetu del río fragoso. Paladeé una flor extraña con sabor a novedad y pasión reciente, pero sin las prisas de los adolescentes ya con la conciencia acallada por las verdades eternas. Ahora sí estallamos juntos en esos breves instantes de muertes compartidas y entendimos que de algún modo; como dicen los místicos pertenecíamos desde hace tiempo al mundo de ambos, con la única droga que era el deseo, me volvió a inundar de ella y ella a la vez de mí y a pesar del deseo salvaje que me expresaba, ese día se mostró dócil como una gatita mansa, obediente y lo único en lo que se impuso fue en no permitir que nos detuviéramos ni un momento, para seguir alimentando la fragua de ese encuentro.
La madrugada llegó sutil sin arrebatos como el mismo encuentro, y nos vio tendidos extasiados de compartir la piel que se convierte en una misma, la vi cómo metía el mismo hábito con el que tomó sus votos y se fue a la primera misa, aunque había saciado su cuerpo, su alma aún no lo hacía y quería seguir perteneciendo a aquella sociedad incongruente de apariencias y mentiras y con ella se llevó también un vacío, el vacío que dejan las preguntas de los encuentros que son solo por ganas.
Me dijo adiós sin promesas, y en ese instante lo único que me importó es volver a verla para seguir investigando, aquel marasmo incomprensible de mentiras, injusticias e ingratitudes a contra sensu de la filosofía del hombre que fundó esa institución.
Continuara... |