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Dijo: “estoy cansado de estar tan enamorado. Llevo eones tratando de seducirla, robando cada uno de sus besos, cada uno en su momento, cada uno cuando ella me llama, y aún así nunca pude tenerla”, dijo.

Mientras le escuchaba, no podía dejar de sentir cierta repulsión por su ósea palidez.

“¿Cómo es ella?”

“Tibia… creo”. En realidad, no sabía qué responder, pero dije eso.

“¿Qué es tibia?”

“Que no hace frío ni calor”

“¿Y ella es así?”

“No siempre. A veces quema, arde, otras congela”.

“Conmigo siempre fue igual, distante, lejana… no recuerdo cuándo fue de otra manera.”

Recordé el quirófano y me sentí desorientado. Pensé en la anestesia, pero no parecía un sueño.

“Quiero saber más”, exigió. No tenía sentido negarme.

“No hay palabras para describirla, es todo lo que sé, todo lo que sentí, todo lo que me mueve…”

Por un instante creí verle la mirada perdida.

“Sólo conozco sus besos como un tenue aliento”

“Pero… ¿dónde estoy?” Tuve la necesidad de orientarme, de ser yo quien tuviera las preguntas.

“¿Dónde más?”

“No sé.”

“Estás conmigo, es todo lo que tenés que saber.”

Tomó mi mano nudosa y puso en ella un cabo gastado.

“Alguna vez fui como vos pero ya no recuerdo cuánto hace de eso”. Comenzó a hablar de la soledad, del amor no correspondido… y escuché el primer llamado.

“Ya es tu hora”, dijo.

“¿Mi hora de qué?”

“Ya escuchaste el llamado.”

“No entiendo”

Dio un paso atrás y escuché otro llamado. Y otro. Y otros diez. Y cien. Y cien más cada fracción de segundo.

Comenzó a alejarse de mí y tuve que preguntarle.

“¿Quién sos?”

“Apenas un enamorado celoso y despechado. Te esperan.”

Y acudí a un llamado, como arrastrado por una fuerza incomprensible, sin saber qué hacer. Sin darme cuenta di el primer beso y sentí el tenue aliento de la vida y me enamoré de ella.

Fui a otro llamado queriendo hallarla, pero sólo encontré su último recuerdo.

Otro llamado y lo mismo. Otro y otro más, muchos más, desde entonces…

Siempre igual, siempre distinto, siempre ausente ella.

Con el correr de los siglos comprendí que cada Tanathos heredó y legó su guadaña, como la que te daré después de un beso el día que acepte que la vida nunca me amará.

Será, no lo dudes, tu último día con ella.

Texto agregado el 10-09-2011, y leído por 816 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
21-11-2011 Propiedad privada, y candadito oxidado. barrunta
11-09-2011 ¡¡¡Muy bueno!!!***** almalen2005
11-09-2011 Extraño cuento, enigmático, centrado en la vida y la muerte, y su ciclo tal vez infinito de transformaciones. loretopaz
11-09-2011 Hermoso y triste, como la vida y la muerte. camino-de-vida
11-09-2011 La verdad es que me sentí medio mareado. Me traes de un lado al otro; será por quien sabe. No obstante me resulta interesante tu escrito. malayo
10-09-2011 ¡El final me derrotó completamente! Tu cuento es bueno, conciso, corto y con un buen final. 4* Sin embargo, noté algo medio raro en el cambio de tiempos verbales y no sé si fueron intencionales (con el fin de transmitir que la muerte carece de tiempo verbal), pero te cito: “No hay palabras para describirla, es todo lo que sé, todo lo que sentí, todo lo que me mueve…” Sentí debería de ir en presente como en "sé". Saludos!! solouno
10-09-2011 Buen relato!! glori
10-09-2011 Que hermoso texto Claudio, me dejó un poco triste..no se porqué..Escribis muy lindo y con el alma. silvimar-
10-09-2011 Muy bueno. filiberto
10-09-2011 que buen texto! smeagolna
 
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