Hay un afilado cuchillo sobre mi buró, dirigiendo su metálica y brillante punta hacia mí silenciosa y sugerente. Me llama, casi puedo ver mi nombre en su filo; sospecho que hay una razón por la cual no se ve más que mi reflejo en el metal. Tomo el cuchillo por su mango de madera, tallado de forma que los dedos pueden sujetarlo sin riesgo alguno de que se resbale, y le miro detenidamente. Paso suavemente la hoja por la palma de mi mano izquierda, como si le sacara filo, y escucho la extraña musicalidad que emana del roce contra la piel callosa. De pronto, un breve descuido y el cuchillo ha cortado ligeramente la punta de mi dedo anular. Se asoma al instante una gota de sangre que dejo escurrir parsimoniosamente por toda la palma. La visión me atrae un único pensamiento que se deja ver tras la frase ‘sería tan fácil’. Recuerdo haber visto alguna vez en algún lugar, cierto articulo donde aseveraban que un pequeño corte pero atinado en la arteria femoral y bastaban cinco minutos para que se escapara la sangre y la vida del cuerpo. Un pequeño y atinado corte, ¿qué tanto pudiera doler? También recuerdo haber soñado hace tiempo que era atravesado por el garfio de un horrible pirata, y sentía cómo iba muriendo lenta y tranquilamente, como cayendo en un nuevo sueño, en un sueño imperturbable y eterno. ‘Sería tan fácil’, pienso de nuevo pero ahora también con la imagen de esa muerte calmada y casi indolora. Mis dedos tientan poco a poco, buscando. Un ligero vibrar les llama e indefectiblemente dan con el lugar preciso donde la sangre fluye limpia y abundante. ‘Un pequeño y atinado corte’…