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Seguí despierto después de una noche matando arañas con la punta de un lápiz, al volver a ser niño e imaginar la muerte trágica de mi fobia más grande, seguía despierto, pensando en levantarme y subir al cielo a recoger los volantines elevados en un mes criollo. Pero no tenía ganas de escalar nubes y solo quedó en mi agenda salir a navegar en mi propia bañera, en un océano gigante que caía en una habitación de no más de ocho metros cuadrados, podría nadar en una taza de café y salir del mundo egoísta, para entrar a un lugar en donde la marea jugaba conmigo como si fuera un muñeco, al esquivar la lluvia de café y de azúcar que formaba dibujos en mi cabeza, y dejaba mi cabello con un sabor celestial.
Aún aguantaba la respiración y de a poco el agua se iba yendo, y me encontraba en el fondo de una taza, y así aproveche la ocasión para comer el azúcar que quedó pegada como un lindo recuerdo. Se hacía oscuro y traté de dormir pero a los pocos minutos una bolsa de té me cobijó suavemente, quedé atrapado como un pez que trata de vivir a gusto y es arrebatado de su mundo por algún comerciante de las mareas. Tomé la mano de un señor que revisaba su horóscopo y que amablemente me prestó su corbata para escalar por ese acantilado de porcelana y llegé a la cima, sintiéndome orgulloso y con un gusto medio azucarado.
Era todo lo que veía, todo lo que tocaba, todo lo que caminaba, una aventura, un camino, una forma de ver el mundo, si el cielo es azul yo sé que será morado, que tendrá miles de colores, miles de colores formado por la esperanza que brilla en nuestros ojos, en los ojos de los desconocidos que han compartido huellas y polvo con nosotros, forasteros en la burbuja que inevitablemente construimos para guardar las colillas de cigarrillos, que nos acompañaron en esos momentos que filosofamos y nos preguntamos si el amor era verdad o solo un sueño.
Vuelvo nuevamente a mi casa, vuelvo a subirme al techo, y acariciar el frio y la nostalgia, y guardar en una botella una corbata, un cigarrillo y un grano de azúcar, para recordar, para no olvidar, el día en que nade en una taza de café, y salí escapando de las hormigas que me veían como banquete de su festín obrero.


Texto agregado el 08-09-2011, y leído por 163 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
09-09-2011 Original, me gustó godiva
08-09-2011 Me encantó. filiberto
08-09-2011 Una chulada de composición. Sencillo como deben ser los buenos, accesible, interesante, me gustó. Feliz día. malayo
 
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