ALUMBRAMIENTO
Tras asomarse a la mirilla accionó con presteza la llave en el tambor, giró el pomo y entornó la puerta unos pocos centímetros. Con un mohín de excusable maldad meneó la cadera y se dirigió al otro extremo de la estancia con la finalidad de prender un par de lámparas indirectas.
En un pequeño caldero de cobre, dispuesto sobre un mechero de radiación azul se consumían minúsculas lágrimas de resina aromática cuyas volutas imperceptibles impregnaban el ambiente de un aroma acogedor y afectivo.
Temió por un instante haberse excedido en el desplante. Pero no: “La paciencia tiene un límite”.
La visita libró el acceso empujando brevemente la puerta con dos dedos ; apoyó un hombro en el marco de roble cruzando ambos brazos y una pierna con aire sofisticado. En actitud amodorrada y expectante salvó la pequeña distancia a fin de depositar la chaqueta sobre el respaldo de una silla y la cartera en el asiento.
- ¿Sigo siendo de buen recibo en esta casa?...
Una voz distante susurró con estudiada amabilidad:
- Hace ocho días y tres horas que no nos vemos. Sin volverse introdujo suavemente la mano en un mazo de flores blancas ajustando la posición del florero.
- ¿Y a qué viene esa ansiosa puntualidad?
- No seas cursi…es que en tu defecto y entre otras molestias manejo instrumentos de consuelo ciertamente fatigosos. Lo miró ceñudamente.
- Te avisé que podría ocupar más de tres días en ese viaje. A veces las cosas se complican un poco y bueno…
- Supongo que al menos vendrás con los tanques llenos de amor, supongo… Se besan en ambas mejillas con cordialidad de montaje.
- No dramatices y escucha esto que te puede interesar como preámbulo de nuestro ansiado reencuentro. Estoy deseoso de compartirlo contigo pues me abrió un flanco que a lo mejor nos concierne.
- Deseo como pocas veces brevedad…imagínate en qué estado me encuentro. Ya me conoces. Larga...
- Mientras regresaba, leí en el avión una frase que ocupó mi atención por su simpleza esencial, algo así como que…“un individuo se siente feliz cuando hay un equilibrio entre sus necesidades y sus posesiones, la cuestión está en cómo lograr ese equilibrio”.
- Eres narcisista, te lo he dicho muchas veces. Sufres de tanto en tanto un lumbago metafísico que temes altere la estabilidad de tu pedestal. Hazme el bien: Déjate de tonteras y aprovechemos el tiempo. Considero ese asunto una reverenda sandez. Entre otras cosas la tal afirmación no incorpora a la ecuación la fatalidad o el azar. Tampoco la ambición y la curiosidad intrínseca al “homo erectus” que tanto tú como yo representamos frecuentemente en tonos melodramáticos... ¡Hale¡ vuelve a tu quesito…ratón de mi vida.
- ¿No consideras que haya algo en nuestra relación que hemos perdido…? Algo, digo, respecto a aquellos proyectos nuestros…no sé. El fuego sagrado…
- Así que ese es el motivo de tu demora. Te has pasado mirando el cuenco buscándole el pelo a la leche. “El fuego sagrado” ¿mira tú?, conque esas teníamos. Pues bien: Te propongo ir en su búsqueda pero deja que yo mismo tome el mando de las operaciones. Supongo que llevas puestas las zapatillas de siempre y no te has bañado ni friccionado con ese desodorante repulsivo que usas, por lo menos en dos días…
- Sé de tus preferencias. Mira… al fin de cuentas tienes razón: No vamos a estropear una noche de las nuestras revoloteando sobre especies existencialistas. Estoy dispuesto a firmar una confesión de buena fe respecto a mis verdaderas intenciones hacia ti hoy día.
Ríen abiertamente. La visita descuelga la chaqueta y la toma con dos dedos a modo de capa taurina, la agita: ¡EA, ea ¡ planea una verónica sobre el borde de una costosa mayólica que ni por esto se estrella contra el piso. Una mirada de paciente comprensión se posa sobre el semblante del redivivo Manolete.
Payasín…
Con los ojos encendidos de ansiedad salvan la corta distancia que los separa hamacándose a paso felino. Se abrazan estrechamente hasta ser uno, estrujan y disforman los labios en oleadas de carne atrozmente mortificada por el deseo exacerbado; las lenguas se enroscan cual dos lagartos exorbitados por el acoplamiento.
Sin dejar de besarse desgarran literalmente todo cuanto pueda ocultar la piel codiciada. Saltan los gemelos y los botones vuelan por los aires impulsados por la ciega ofuscación. Las uñas implacables recorren las carnes húmedas, las mandíbulas se hincan en la carne una y otra vez ahogando con lujuria incontenible la tensión de la larga espera. El anfitrión se aferra al borde elasticado del pantalón de su amante y de un fuerte tirón lo baja hasta el piso incluido el boxer maloliente. La sangre les tiñe los carrillos y el borde de los dientes como una lámina aterradora… Lambetazos de saliva roja cubren rápidamente las frentes y los cuellos. Ambos revuelven el sexo y las zonas lúbricas del otro con ardorosa vehemencia representando un lance primitivo de estricta sobrevivencia.
El recién llegado se impone salvajemente. Su sexo, rígido y tenso llena la boca trémula de su otra mitad en tanto sujeta el cabello rizado ferozmente, como a una crin indómita. De improviso lo iza sin conmiseración y hace que aquella boca desgarrada por la pasión comparta la deyección en su propia boca. Ambas lenguas vuelven a encontrarse y disputarse el inapreciable producto del éxtasis, sellando al fin sus labios con un gemido extremado. Resuellan complacencia. La mirada que se dirigen adquiere la agresividad del amor que los une.
- Por lo que veo no sigues consumiéndote en devaneos estériles…
- Ten calma. Reflexiona acerca de tus posesiones y necesidades, las fatigas fortalecerán tu fe.
- De seguir así perderé algo más que el equilibrio contigo…
LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
Derechos reservados
Setiembre 2011
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