Sala de espera. Medicina prepaga. Buenos dÃas tome asiento y espere a ser llamado. Reloj alto y en el fondo, ya es la hora pero por lo visto falta todavÃa. Miro mis manos inquietas que se juntan como si fueran a pedir clemencia, miro nuevamente el reloj crucificado en la pared blanca, el tiempo que se esfuma entre mis dedos que a fuerza de contenerlo envejecen aun más. Media hora ya es mucho. Pero no, a seguir esperando…
Y otra vez echo un vistazo a la secretaria con sus lustrosos zapatos, otra vez veo los ángulos rectos entre las paredes y el techo. Los pasillos vacÃos, siempre vacÃos…
Estarse quieto, inmóvil. Esperar que el tiempo pase, que se muera de una vez. Sentirse una mosca que no puede atravesar el vidrio de la ventana tiempo. Carpe diem muchacho, y no queda más elección que seguir esperando que lo atiendan a uno para que el dolor por lo menos disminuya al ser bien diagnosticado. Solo el reloj clavado en el fondo sabe en su interior cuanto tiempo más pasará hasta que un guardapolvo blanco salga como signo de salvamento. Entonces empiezo a inquietarme sobre mi incomodo asiento de hospital y algo muy profundo dentro de mi se trastoca definitivamente, se convierte en otra cosa y de esa manera me rebelo contra toda esa monotonÃa.
Ahora soy algo, alguien quizás, un ser en movimiento pero quieto a la vez. El dolor va convirtiéndose en placer y de pronto todo se apaga, ya no se ve las blancas paredes, ni los pasillos, ni siquiera la esplendida secretaria de los zapatos lustrosos. Para entonces ya se en qué y en quién he llegado a transformarme: soy un entero instinto, un instinto conocedor del infinito, y por tanto empequeñecido gigante que se come al tiempo y al espacio como si fuera un caramelo. Noche interior en un tiempo que me he engullido. SÃ, tiempo que percibo como una de mis vÃsceras, como la sangre que corre por tuberÃas Ãntimas con sus burbujas y gotas. Un glub glub de segundos y minutos adentro de mi cuerpo.
Luego la llana quietud, la paz de mis pensamientos, de mis sentires que ya tranquilos ivernan conmigo. Viene a mà ahora una vocecita que me llama, me sigue llamando y es para mÃ. Pero ya es tarde y salgo de mi crisálida con alas abiertas por la ventana más cercana. La secretaria grita y cae al piso del susto. |