Las huellas de sus pies descalzos revelan el camino recorrido a través de la extensa bahía. La gente se aparta de su sombría y extraña figura. El camina solo por la orilla de la playa, con los pies descalzos tocados por las olas que se arrastran todo lo que pueden hasta sus dedos. Un día gris, el primer jueves de septiembre, el primer día de septiembre… el primer septiembre del año. Hay que disfrutar los pocos días que quedan de este invierno.
La gente lo mira de reojo. Las parejas recostadas sobre la fría arena se levantan y lo observan. Algunos ríen, y otros se compadecen.
La capucha de un polerón cubre su cabeza, y ha arremangado sus jeans para que el agua no los moje al empaparse los pies, y en su mano derecha carga las zapatillas, mientras que su hombro izquierdo lleva el peso de un bolso que guarda su mente en incontables hojas tamaño carta, un libro inconcluso, y un cuaderno lleno de apuntes indescifrables. Es un desastre.
Nadie puede ver su rostro mientras camina en contra del viento. No es la luz celestial (imposible en un día gris y nubloso… y menos algo divino)… tampoco es la penumbra de la capucha… pero nadie puede ver su rostro, y tampoco nadie quiere hacerlo.
Los cadetes de la marina que trotan aceleran el paso al pasar a su lado. Su alma fascista no soporta aquella extraña presencia que ha pisado la mugrosa playa. Los turistas (que han escogido la peor época del año) le fotografían como un exótico animal. Será perfecto para mostrar a sus familiares. ‘‘Este país es un safari por donde lo miren. ’’, Piensan.
Las huella que va dejando tras su andar son borradas por el oleaje que gana terreno. Chocan ahora con sus piernas y salpican las gotas en su pantalón. Se detiene e intenta arremangar aún más sus jeans, pero le resulta imposible. Continúa su camino distanciándose un poco del agua.
El horizonte no muestra más que unos barcos a lo lejos. Una industrial chino que hace quizás qué, un barco de guerra… bueno, poco importan los miserables barcos.
El camina sin rumbo a través de la playa casi vacía.
Un ‘‘golden retriever’’ se le acerca. Se detiene y mira al animal que se ha sentado con la lengua afuera y mirándole con la cabeza inclinada. El estira su brazo para acariciar su cabeza. ‘‘No Bobby, No Te Acerques A El, Debe Ser Un Poeta’’. A lo lejos (o quizás no tan lejos) un hombre mayor, quizás de unos cuarenta y tantos, casi cincuenta llama a su perro. Su hijo, un niño de once años a lo más se esconde tras su espalda. El hombre silba al perro, le llama, le hace señas y este corre hacia el, fiel a su amo. El tipo le mira con recelo, el niño asustado… el… solo los mira, y luego continúa su camino hacia ningún lugar. Solo pisa la playa.
El hombre, su hijo, y su perro esperan alertas a que el prosiga y les de la espalda, luego, cuando están seguros de la ‘‘cosa rara esa’’ prosiguen en su paseo. ‘‘¡Cómo es posible que haya algo así aquí! Si estuviera mi general…’’.
El camina descalzo por la playa, con el agua mojándole los pies, y el viento golpeándole la cara. Bebió un café antes de emprender su camino impensado, y ahora no sabe qué hacer. Nunca ha sabido realmente qué hacer. Dios sabrá por qué. |