No me beberé el café. Sé que de nuevo intentará envenenarme. ¿O me lo tomo por vengarme de ella? ¡Qué se vaya al carajo! Y pongo la taza en mis labios, mientras veo su cara, su rictus trata de emitir una sonrisa demencial. Al primer sorbo, empiezo a sentir que algo hierve dentro de mí, que algo en cualquier momento me hará caer al suelo y me retorceré de dolor o empezaré a vomitar una pasta ligosa. Triunfal se pondrá de pie frente a mi cuerpo convulsionado, emitirá una carcajada que helará la sangre de cualquiera.
Luego bebo otro sorbo, estoy esperando caer en cualquier momento, sé que este ha sido su propósito, lo he leído en sus ojos, la intención se le marca en el ceño fruncido, burlón, sarcástico de cuando me sirve una estúpida taza de este brebaje, que he dudado en los últimos días que sea café, puede que sea un veneno lento, o algo para volverme completamente loco. Es una hija de puta. Lo he visto en sus ojos, como todas las mujeres tienen esa secreta intención de cortarnos en pedacitos. Pero no debo ser tan malo, no todas las mujeres tienen esa secreta afición por imaginar la muerte de su marido, no, no todas son tan malas, las hay que sólo lo engañan o simplemente ni le prestan atención, son las peores.
Pero no pasa nada. Luego se para de su silla y se acerca a mí, tal vez traiga un cuchillo y lo entierre en mi corazón o me corte la garganta. Se han dado casos. Pero nada, sólo toma mi taza de café y va a la estufa. Lo llenaré dice, aún no entiendo el empeño que tiene en hacer de mí un bebedor compulsivo de café. Algo tiene que tener planeado, todas son iguales. Me da la espalda y no puedo ver cuando sirve el líquido oscuro, estoy seguro que está echando algún veneno, algo para enloquecerme. Desde hace mucho tiempo siento que no soy el mismo, siento como si me mantuviera bajo control por medio de esas cochinas tazas de café.
Mamá lo hizo con papá. Recuerdo que con mucha paciencia, día a día lo obligaba a comer sus grandes platos de comida, lo obligaba a comer todo lo que había en la refri. Hasta que un día lo tiro un carro. El pobrecito, por su enorme barriga no pudo ni siquiera correr dos pasos.
También mi hermana está matando lentamente a su marido. Al pobre lo veo trabajar de las cinco de la mañana a las once de la noche. Lo he intuido. Sus enormes ojeras son fruto de su ninfomanía. Sí, mi hermana es una ninfomana. Está matando a su marido de la peor manera que hay, como un animal.
Me trae de nuevo el café y me mira con un poco de saña. Me pone la taza enfrente y me ve con esa mirada. Pienso que es mi fin. Que todo ha terminado, que ha tomado su decisión y por fin ha puesto algún veneno casero en mi café.
Me ve y sonríe. ¡Arpía de mierda!, la muy hija de puta todavía me sonríe, todavía me dice con la mirada que ella será la culpable de un cadáver bajo su techo. Bebo un sorbo, tengo la sensación de un vahído. Siento que en cualquier rato caeré al suelo y se vendrá sin esperar mi muerte y destazará mi cuerpo. Meterá cada pequeña partecita que saque de mí en bolsas negras y la llevará poco en poco a distintos basureros o las irá lanzando en cualquier calle, en cualquier tragante, los dejará en la puerta de los restaurantes que visita con sus amigas, hasta podría hacerse una cadena o aretes con alguno de mis huesos. Bebo otro sorbo, espero caer en cualquier rato, sentir que me voy sin sentido sobre la mesa y rompo los platos. Pero no pasa nada.
Me pongo de pie y le doy un beso.
Hasta luego querida.
Hasta luego amor, que tengas un lindo día.
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