Paredes Blancas:
Todas las mañanas era lo mismo, despertar con un “¡Biiiip!” que parecía rozar
hasta la parte trasera de mi cerebro, hacerlo callar, sentarme al borde de mi cama
y pensar si habría algo en el pasar del día que valiera la pena, algo por lo que
levantarse no haya sido en vano. Ir a la cocina y servirme un poco de esos
cereales que supuestamente me dan más energías, masticarlos rápido para llegar
a tiempo a un lugar donde nadie me esperaba. Luego, ponerme bajo el chorro de
agua de la ducha y fingir que me lavaba, vestirme y verme como todos para que
crean que encajo. Si acaso se dieran cuenta de que todas las mañanas amarran a
su cuello un pedazo de tela que podría ahorcarlos con tan sólo apretarlo unos
centímetros más; pero para ellos era algo importante, algo que los distinguía.
Después, tomar mi maletín con poca convicción, y por último, salir por la puerta
de atrás, ya que tener que ver a mis vecinos a esas horas de la mañana
simplemente me irritaba.
Pero esa mañana, la del 28 del mes pasado, fue distinta. Abrí los ojos sabiendo
que algo ocurriría, fue como si mis sueños hubiesen dejado algo pendiente, algo
inconcluso, aunque lo único que recordaba de ellos eran sabores extraños y un
montón de luces.
Esa mañana no encontré la puerta trasera, pero no me importó, porque tampoco
había hecho ninguna de las cosas que mencioné antes, esa mañana todo era
distinto. Así que salí con gusto por la única puerta que vi. Mis vecinos me miraban
como si fuera nuevo en el vecindario, pero alegres de tenerme ahí, saludaban
entusiasmados. Yo también me encontraba feliz, ya que por primera vez en
mucho tiempo, no sentía que tenía que encajar con nadie, de hecho me pareció
que había algo en su forma de vestir que hacía que ellos se parecieran a mí.
Recorrí el vecindario con unos nuevos ojos, sentía que las nubes iban siendo
alejadas por el viento a medida que yo caminaba para que no me taparan el sol,
pero a la vez creía que podía tocarlas. Sentía que estaba encerrado, pero en un
lugar en que se me permitía hacer de todo. Sentía que todo estaba pálido, pero
no porque estuviese en mal estado o viejo, si no porque mi constante felicidad
hacía que todo pareciera poco llamativo.
Desde entonces había creído disfrutar de días perfectos, días en los que mis
preocupaciones no iban más allá de las que tiene un recién nacido, eso es, así
me sentía, como un bebé que acaba de llegar al mundo y no hace nada más que
dejarse cuidar.
Esta sensación duró un poco más de dos semanas, si no me equivoco, fue el
décimo sexto día en el que me di cuenta de que algo andaba mal, y ya habrán
pasado otros siete días (eso me recuerda que debo conseguir un calendario, esto
de no saber que día es me está volviendo loco). Es por eso que me encuentro
escribiendo esta carta, para ver si alguien le encuentra sentido a lo que me está
pasando, porque yo ya me rendí. El sentido ya no es algo que vaya conmigo.
Resulta de que no todo se mantuvo tan agradable como lo estaba siendo. Por el
contrario, mi estado anímico volvió a ser como era antes, y el hecho de que todos
vistan igual que yo me molesta cada vez más (sí, ahora todos visten como yo, ya
nadie se preocupa de distinguirse. ¿Qué les pasa que quieren ser como yo? No
soy ejemplo para nadie, no sé ni que decirles al respecto).
Traté de hablarlo con el único “amigo” que tuve, si es que se le podía considerar
así, ya que hablábamos solamente un día a la semana y cada vez me costaba
más recordar su nombre, entre otras cosas. Le dije lo que me molestaba y no me
dijo nada más que “Así es como están establecidas las cosas” ¿Desde cuándo
hay parámetros de vestuario establecidos en mi vecindario? Que idea tan
absurda, definitivamente ya no podíamos ser amigos, y se lo dejé claro.
Desde ese día que todo es distinto, volví a sentir esos sabores extraños al
despertar, y todo lo que me había hecho creer que era feliz ha desaparecido.
Las nubes ahora lo cubren todo, pareciera que no sólo por arriba, ahora también
cubren cada lugar en que poso mi mirada. Las paredes que me encierran se
aprietan cada vez más, como si no quisieran que me mueva. Esas paredes, esas
blancas paredes siguen igual de pálidas, pero ahora hacen juego con mi
personalidad, y sobre todo con mi ropa, mi ropa blanca y la de ellos. |