Había sobre la mesa un papel en blanco y una birome partida al medio, probablemente por frustración. Es que alguien le había dicho hace poco que hay que escribir sobre lo que uno sabe, y eso lo desconcertó. Desde ese día no pudo escribir más, agobiado por esas infames palabras. El problema fue que se empezó a cuestionar que es lo que realmente sabia; y como demuestran ese y otros tantos papeles en blanco, no pudo llegar a la respuesta.
Al principio hizo una lista de items sobre tópicos de los cuales se pensaba muy sabhiondo; decía amor, frivolidad, música, sarcasmo e ironÃa entre otras cosas. Pero ese mismo dÃa comenzó a tachar uno por uno cada item, descartando toda posibilidad de saber algo. Comenzó a desesperar. Se dijo que quisas de lo tangible pueda saber, tiene que saber, lo ve, lo toca, no se puede equivocar. Pero luego de querer sacarle la tapita a una de esas biromes que se giran para abrirse volvió a perder las esperanzas y enloqueció. Por un momento pensó haber encontrado consuelo un tiempo después, en la filosofÃa socratica del "lo único que sé es que no se nada"; pero luego comenzó a cuestionar la nada, y la sintió tan lejana, tan abstracta que no le quedó opción más que abandonar esa idea. Otra vez se sumergió en el abismo, comenzó a enloquecer cada dÃa más, rompiendo biromes a rosca frustrado por haber vivido tantos años sin que éstos le hayan dejado algo de sabidurÃa.
Un buen dÃa, sin embargo, al despertar de un sueño agitado, dió cuenta de qué podÃa hacer para saber sobre algo y no era solo algo, era lo que todos anhelaban saber. Se levantó rápido de la cama y llamó entusiasmado a su amigo, aquel que le habÃa dicho esas palabras que terminaron por enloquecerlo, y le dijo: - ¡ya lo sé! Ya se de que puedo escribir, ya se lo que puedo saber con seguridad. Y le extendió una invitación a su casa para el dÃa siguiente.
El dÃa siguiente llegó como un relámpago en el cielo, acompañado con una lluvia cálida de verano. La puerta estaba abierta y el amigo entró confiado. HabÃa un papel en blanco sobre la mesa junto a una birome rota, y a un costado de la mesa yacÃa su cuerpo inmóvil, ahogado en un profundo charco de sangre, totalmente inmutable. Su compañero quedó en silencio unos segundos, observando fijamente el cuerpo fatalizado; luego caminó unos pasos, siempre esquivando la sustancia venosa, hasta pararse a la altura de su cabeza y ponerse en cuclillas para susurrarle al oÃdo: - bravo amigo, lo has logrado, por fin has alcanzado la sabidurÃa.
|