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Timbro la tarjeta de asistencia a la hora de salida estipulada en mi contrato. Lunes, día de media jornada de fatigoso trabajo. Abandonarlo tempranamente le regala una clara satisfacción a mi espíritu.
No quiero ir aun a casa, prefiero deambular por el centro de la ciudad, disfrutar de la luz natural, el clima artificial del centro comercial termina repugnándome.
A pesar de ser las cuatro de la tarde, la mayoría de los locales de las avenidas principales mantienen sus puertas cerradas. Lo que me da prácticamente lo mismo; sólo caminando por la escasa vegetación de las plazas de armas se puede encontrar algo de aire que no este contaminado.
No sé como llegué, de hecho aun me lo pregunto; más hasta allí mis pasos dócilmente me llevaron sin siquiera proponérmelo. No recuerdo cuando fue la última vez que vine por este sitio; tal vez hace una docena de años atrás. Un irresistible impulso me lleva a su interior, subir las escalas de ingreso he internarme en sus secretos. Dubitativo comienzo el viaje dentro de la panza del antiguo leviatán. La estructura lentamente me engulle en sus entrañas.
Grandes puertas de maciza madera se cierran tras los primeros pasos, junto a ellas; un par de abandonados personajes dormitan en las recién pulidas baldosas. El silencio es sepulcral, y el tufillo a incienso te golpea de inmediato.
Nave cimentada como sus antecesoras de la antigüedad, sigue el ritual de construcción en forma de cruz, ambos brazos se extienden entre un sin número de asientos milimétricamente ordenados. En las murallas cuelgan un sin fin de cuadros de escenas religiosas finamente pintados en óleo. Lo que causa admiración es la luz que se desbanda de los grandes vitrales, colores primarios jugueteando entre la docena de columnas romanas.
Un dulce crujir escapa de las barnizadas maderas donde encuentro reposo; los ecos del sonido llegan acompañados de aromas de paisajes lejanos. Viejos recuerdos se materializan frente a mis ojos, negándose al olvido que ya se cierne sobre ellos. Con las yemas de los dedos evito que las lágrimas sigan rodando por mis pómulos.
Siento mi alma desnuda, no hay Dios juzgándome, ni demonio tentándome. Sólo están las consecuencias de lo que soy, del camino labrado a través de la fe y la desesperanza, Un trozo de existencia en la eterna búsqueda del equilibrio que traiga la alegría de sentirse vivo, dejando el sufrir muy lejos del camino a seguir. ¿Podré tomar las decisiones correctas? Lo sabré al beber las consecuencias de ellas.
He estado el tiempo suficiente, debo buscar las puertas de salida. Tras los primeros pasos mi vista te distingue entre todos los susurros. Plegarias que escapan, elevándose sobre las esculturas de un Cristo salvador.
Sentada en la última fila te fijas en mí caminar, reconociendo mi figura. Llevas entre tus dedos un libro del doctor Weiss. Tus expresivos ojos color miel se encuentran con las ventanas de mi alma y ambos sonreímos.
Sorprendido me siento a tu lado, saludándote con un rápido beso que casualmente cae muy cerca de tus labios, me quemas con la calidez de tu aliento. Nos quedamos por un tiempo que parece eterno tan sólo mirándonos.
_ ¿Y tú, que haces por acá?_ Me preguntas nerviosamente; sorprendida por el casual encuentro.
_ No tengo la menor idea de como llegué hasta acá, fue sin darme cuenta._ Te respondo con unos fuertes latidos que casi se escapa de mi pecho.
_ Hace mucho que no nos veíamos...
_ Desde que me prestaste el departamento por algunos días, hace dos años atrás según recuerdo_ Te digo atropelladamente terminando la frase que tú comenzaste.
_ ¿Por qué habíamos dejado de hablarnos?_ La tristeza abraza tus palabras.
_ Estábamos muy enojados_ Respondo con casi un susurro.
Nos quedamos en silencio por algunos segundos, observando una pareja persignándose con agua bendita que emana de una pequeña fuente.
_ Bueno eso ya es parte de la historia, y ahora se nos presenta la oportunidad de dejar los enojos de lado._ Sonrío, buscando tus ojos.
Tu mirada es desigual a todas las que antes me obsequiaras, hay algo distinto esta vez, una tibieza que hace que mi corazón se estremezca de nuevas emociones.
_ ¿Crees en las coincidencias? _ Me preguntas sin dejar de mirarme.
_ No, nunca he creído que las cosas sean casuales._ te digo con la primera sonrisa verdadera que visita mi rostro después de mucho tiempo.

Texto agregado el 30-08-2011, y leído por 395 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
01-02-2013 Las cosas no son al azar!!...me gustó tu relato. Un abrazo!! gsap
02-02-2012 Buen texto! Saludos! Nicasso
30-12-2011 Una suerte de casualidades que con algo de fe bien podrían no serlo. El texto me ha gustado por sus descripciones que permiten al lector ubicarse plenamente en el lugar descrito y conocerlo al mismo tiempo. Me gustaron mucho también, las metáforas que usas al describir tu entrada en aquella iglesia que al parecer es "La Catedral". Todas mis estrellas para ti. pilef
04-12-2011 A veces se le teme a las coincidencias y a las cosas casuales... Pero en este relato me fascina como llevas el texto. Abrazo desde Rosario, Arg. deojota51
25-11-2011 En ese libro del doctor Weiss está la respuesta. Como siempre siento ese algo tan especial al leerte***** Besos Victoria 6236013
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