La belleza, manoseada desde siempre por quienes creen ser dueños absolutos de sus cánones, ha permitido que la sociedad entera, salvo honrosas excepciones, se adscriba a sus tiránicos mandatos, malversando el espíritu que debiera imperar en todo hombre, esto es, valorizando lo genuinamente bello, hecho que se ha maniobrado hasta el cansancio, creándose una belleza clandestina, superficial y mercantilista.
En este punto, ¡basta de muñequitas para las niñas! ¡Ha llegado la hora de cambiar esta costumbre, porque lejos de ser inoperante, ya sea porque toda niña lleva en sus genes la condición materna, o porque dichos juguetes conllevan un mensaje distorsionado, ofreciéndole curvilíneas Barbies, pertenecientes a un mundo onírico que no se condice con la realidad circundante.
Si consideramos la sobrevivencia del adulto mayor, extendida a límites inimaginables, creándose la necesidad concreta de hogares y asilos para ancianos, en los cuales son desterrados estos tristes seres, enfermos, idos, o simplemente abandonados por sus familiares, es hora de propiciar un futuro más promitente para esos ancianos a los que tarde o temprano nos sumaremos.
Por lo tanto, no más muñecas y sí ancianitos que cuenten bellas historias, que canten, que necesiten sus medicamentos y en casos extremos, ser mudados y atendidos, pero por sobre todo, amados y comprendidos. Viejitas y viejitos sonrientes, de plástico, peluche o material textil, entregándoles a los niños, no esa belleza meliflua de las barbies, sino el encanto de un ser experimentado que necesita de sus hijos y nietos. Creémosle esa conciencia a nuestros menores, para que mañana, cuando seamos nosotros esos personajes disminuidos, recibamos el cariño y las atenciones de los que nos preceden…
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