Sancris ©
Semejante a una de las mejores calles del sur de España donde la influencia mora dejó testimonio. San Cristóbal de las Casas llena sus calles de empedrados sinuosos y limpios, cielos sin cables ni absurdas casetas telefónicas lo que da un marco y paisaje esplendido, armonizado con la belleza de las mujeres y hombres de todo el orbe que por ahí se pasean realmente insuperable. Una ciudad “Coleta” y cosmopolita que invita a la mejor de las aventuras, llenas de complicidades y buena charla. La música es fistol obligado en sus múltiples espacios y la mescla de etnias embriagante.
A lo largo de sus peatonales calles los restaurantes han tomado por asalto las banquetas, y como bastión mesas y sillas, son una invitación al deleite de relajarse, beber y converzar. Cada mesa es un mundo, y en cada mundo se reúnen las lenguas de babel donde se adivina con reserva el origen balsámico de cada una de ellas, en el breve lapso que trascurre al circular cercano a las mesas. En fin, se antoja un buen café de altura que en Chiapas es insuperable y de postre, alguno de esos dulces regionales de merengue, hechos de avellana e higo con almendra, los cuales desmerecen ante la inocencia del deleitante y sencillo dulce de leche.
Los puestos de dulces en el interior del mercado, custodiados por abejas zumbantes como vigilantes acólitos frente al vino de consagrar, son cuadros esplendidos para ampliación fotográfica. Su variedad de colores y texturas, sabores y olor a miel, llegan a convertir una simple concha en un aplauso de apetitoso deleite, cubiertas de brillante glaseado y color chillante entre amarillos y verdes, o rojos encendidos llenos de imaginación, se adivinan transformadas a sabores. Hasta un humilde chimisclan, se viste con ropas nuevas cubierto de piñón y se rellena con cajeta mesclada en coco. Igual que la jalea encerrada y mustia dentro de un sin número de panes, da feliz hallazgo al diente provocado que clavado derrama en las comisuras y labios esplendido sabor y visión que invitan al beso. Por ejemplo, de aquella muchacha sorprendida por el derrame imprevisto de la miel oculta, que se inclina para no llenar su cuello con el hilo empalagoso de su hallazgo. Una visión esplendida del deleite envuelto en labios rojos.
Al tocar la noche después de deambular y “rondar porque robarte quiera”, diría Velarde. Una luna acaramelada en naranja nos reafirma que estamos vivos, merodea un azúl en que envueltos estamos. Plenos de notas musicales, de acordes de marimba entonado “Viva mi desgracia” y “Carro del Sol”, inocente inicio en vals continuado a música castiza que prosigue y culmina en trepidante danzón danzando “Paludismo agudo”, frenética melodía que encaja bien ante tanto vino vertido al interior.
La noche trascurre y la madrugada se acerca con merodeos de gatito manso, asemeja por la sutil iluminación de las calles empedradas de San Cristobal, a esa pequeña provincia francesa de Taranto, tierra y origen de la tarantela. Y así estamos todos, como picados por tarántulas etílicas cuyo veneno disperso en nuestros cuerpos se manifiesta en brincos y coleadas, abrazos y sudores. Sonreímos unidos sin que la lengua o la distancia impidan el festejo genuino de gentes hermanadas por la hospitalidad de “Sancris” y la calidez de una noche inolvidable, donde el recuerdo de casa es eso, solo el recuerdo de algo que esta tan lejano como una paradoja, ante tanto cuerpo bello y cercano que se nos presenta.
El deleite del amanecer no mengua más que en la música cada vez más lejana de marimba. Las risas suplen con fuerza la escases de notas musicales. Los gestos y chistes en diferentes lenguas, solo hace reír al que la domina, los demás nos dejamos llevar por lo festivo de las gesticulaciones. Albertina, una hermosa argentina compañera de viaje, sucumbe por el cansancio y exhibe sin quererlo gotas de Leteo sueño, que influye paulatinamente en todos. Y así, caminando y bostezando sobre sombras que desaparecen entre tenues brillos de un sol que mustio espera su momento de iluminar los vestigios, de lo que fue una noche de sueños hechos baile, caminamos.
La mansedumbre humana se dispersa en grupos, cada quien encuentra su destino en parejas, el ambiente esta pleno de un gozo que se irisa e irradia buscando la penumbra de un cuarto que lo albergue, para proseguir la fiesta que será envuelta en sabanas como regalo sin moño. La cordialidad es la tónica, la sinceridad el acento. Nadie reclama lo que no le pertenece, cada uno encuentra la que lo encuentra y cada una al que la espera.
Desde la ventana del autobús, miro mi regreso a otra realidad como homilía de pascua. En la comodidad del asiento abrazado por el aire acondicionado, duermo perfecto, sin que el recuerdo de las notas de marimba sucumba ante el cansancio genuino que encuentra reposo durante el retorno a Tuxtla.
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