El mito, inexorablemente surge después de la muerte del ídolo. Se reconstruye, veraz o falazmente, de adelante hacia atrás, una historia que a modo de ornamento floral, rodee el mármol o el bronce que lo inmortaliza. Es la historia oficial sustentada por los apologistas, los amigos incondicionales, en muchos casos, la familia y también por quienes, sin contarse entre los anteriores, necesitan de él para cumplir objetivos de orden político o económico.

Pero, naturalmente, toda acción genera una reacción. Y a la apología acompaña en forma velada, murmurada en voz baja, como indiscreción pueblerina, otra historia que humaniza al ídolo, mostrando descarnadamente otro origen, pasiones no publicadas, egoísmos y hasta hábitos socialmente desacreditadores. Generalmente, la versión revisionista, o humanizadora, reviste un carácter sensacionalista que captura el interés del público desapasionado, pero que a ojos de historiadores serios y metódicos, no avala con documentación válida o testimonios creíbles, una historia que suplante a la oficial. Carlos Gardel, el más grande mito argentino, no escapa a esta difundida regla.

Sobre lo que no existe ninguna duda, lo que nadie cuestiona, es que, artísticamente, Gardel fue un extraordinario cantante que supo conquistar, no solo a los públicos del Río de la Plata y América latina, sino también a los exigentes mercados europeos y norteamericanos, merced a su talento como compositor, a la riqueza y calidad de su voz, al carisma de su personalidad y a su prestancia física muy acorde con los gustos de la época. Además, demostró sobradamente ser un hábil constructor de su propia imagen y un excelente negociador de sus contratos. No se puede decir lo mismo de la administración de sus ganancias que siempre, confiadamente, delegó en terceros.

Quizás haya sido el propio Gardel, quien con sus silencios y evasivas acerca de todo lo que se refiriera a su vida personal, y también con algunos manejos de su identidad, alimentó las versiones que determinados sectores sostienen hasta el día de hoy y que abarcan, su origen, su trayectoria inicial y hasta su sexualidad. Las dudas se extienden hasta las causas que motivaran el desgraciado accidente de aviación que le costara la vida.

Oficialmente, Gardel nació como Charles Romuald Gardes, en la ciudad francesa de Toulouse, en el año 1890, hijo natural de Berthe Gardes, y presuntamente, un tal Paul Laserre. Impulsada por el descrédito que significaba en esos tiempos, en ciudad pequeña, ser madre soltera, Berthe, viajó con el pequeño Charles a Buenos Aires, donde se estableció en calidad de planchadora en el barrio del Abasto, profesión muy solicitada en la época.

Allí trabajó duramente y con esfuerzo, dio a su hijo la educación básica necesaria a través de varios colegios, en los que el niño se distinguió por su aplicación. Creció en un ambiente humilde pero respetable, llegando a destacarse ya en su primera juventud por sus condiciones para el canto que demostraba en cafés de la zona. Lo antedicho, está profusamente avalado por documentación real: Acta de nacimiento, salida de Francia, arribo a Buenos Aires, y certificados escolares de Charles, como así también testimonios de personas reales.

En 1967, treinta y dos años después del luctuoso accidente del 24 de junio de 1935, un periodista uruguayo, Erasmo Silva Cabrera (Avlis), impulsado por la curiosidad de conocer las razones por la cual Gardel había manifestado en varias ocasiones ser uruguayo, habiendo llegado hasta gestionar un documento probatorio de esa nacionalidad en 1914, realizó una investigación que lo llevó a la ciudad uruguaya de Tacuarembó, lugar de emisión del mencionado documento.

Valga la digresión de aclarar que, oficialmente, se admite la gestión de tal documento, pero atribuyéndola a la necesidad de Gardel de negar su origen francés, por el riesgo que implicaba ser convocado a filas, Francia entraba en guerra con Alemania, la pena por deserción y la forma en que esto afectaría sus planes futuros, ya en ciernes.. ¿Por que documentación uruguaya y no argentina? Porque en Uruguay, solo se necesitaba la presentación de dos testimonios de personas de tal nacionalidad para extenderlo, en tanto que en Argentina era mucho mas complicado. Y a Gardel lo rodeaban muchos músicos y amigos uruguayos.

Volviendo a la historia de Silva Cabrera, también conocida como la teoría de los dos Gardeles, el ídolo sería el hijo bastardo del falso coronel Carlos Escayola, hombre fuerte, nefasto represor y asesino de enemigos políticos del entonces dictador de Uruguay, Máximo Santos. Quizás como una constante que acompaña a la crueldad y la maldad, este hombre, gustaba del teatro y de la música, llegando a fundar, en su futuro de poder, una importante sala en Tacuarembó. Pero según las versiones recogidas por Silva Cabrera, la historia llegaba mucho más lejos. Escayola habría arribado a San Fructuoso, antiguo nombre de Tacuarembó, como aventurero sin dinero ni títulos, siendo muy joven, Allí se convertiría en el amante de Juana Schirla, bellísima mujer, esposa de un tal Oliva, italiano, uno de los hombres más prósperos de pueblo.

Ante la intención de Escayola, de irse en busca de mejores horizontes, la mujer le propone hacerse cargo paulatinamente de la fortuna de su esposo, desposando a alguna de sus dos hijas. Elige la segunda, Clara, con la que tiene dos hijas. Mientras tanto continúa las relaciones con su suegra, a la que embaraza dando lugar al nacimiento de María Leila Oliva, cuya paternidad, obviamente, es adjudicada al esposo legal, Oliva. La esposa de Escayola fallece, y entonces contrae nupcias con la hermana mayor, Blanca, con la que tiene siete hijos. En tanto, María Leila, crecía.

Cuando ésta última cuenta trece años, Escayola la viola y la embaraza, es decir, embaraza a su propia hija. La esposa, ante el escándalo silencioso, porque nadie se atreve a hablar del tema, intenta suicidarse. María Leila da a luz un niño, oficialmente de padre desconocido, al que llaman, Carlos. El Carlos, que años después sería mundialmente conocido, como Carlos Gardel. Blanca, la esposa, muere y Escayola se casa con María Leila, con la que tiene tres hijos más. Siempre en el marco de la investigación de Silva Cabrera, se establece que Escayola se siente muy incómodo por la presencia del niño Carlos, que es conocido como el guachito de los Escayola y desea sacarlo de circulación en la zona.

En esta truculenta historia, la abnegada y sacrificada planchadora de la historia oficial, Berta Gardes, se transforma en una perversa prostituta francesa, de paso por Uruguay, hembra de Escayola, a quien éste, dinero de por medio, le encarga llevarse al muchachito. Ella utiliza parte del dinero para conseguir un matrimonio que se encargue de él y lo traiga a Buenos Aires, tras lo cual regresa a Toulouse (Francia) a parir un hijo que le había engendrado en Uruguay un tal Romuald, también francés.

Cuando su hijo verdadero, a quien bautizó Charles Romuald Gardes tiene tres años, corría el año 1893, regresa Buenos Aires, ingresando como planchadora y se instala en el barrio del Abasto. El otro Carlos, el de Escayola, ya tiene diez años y prácticamente se cría en la calle, donde incurre en todo tipo de delitos que lo llevan reiteradamente a la cárcel. El resumen de la hipótesis uruguaya, es que la historia oficial contempla la vida del verdadero hijo de la Gardes, de quien, el otro, mas tarde tomó su identidad. Del chico francés, lo único que se sabe es que un día desapareció y nunca se supo más nada.

En realidad, esta historia como digo al principio, no tiene ningún sustento verificable, pero crea dudas, y constituye, como pocos, un culebrón apasionante. Se engancha luego, a la hora de heredar la cuantiosa fortuna, en derechos de autor, de Carlos Gardel con la necesidad de probar que Berta Gardes, era su madre legítima y conseguir que a través de ella, el dinero llegara a manos de quienes actuaban entre bambalinas con fines especulativos.

Finalmente, como guinda del postre, está el asunto de su muerte. Oficialmente, Gardel y otros diez pasajeros, abordaron el fatídico avión Ford F31, el 14 de junio de 1935, a las tres de la tarde en el aeropuerto Las Playas de la ciudad colombiana de Medellín. Al pasaje se sumaban el piloto y dueño de la compañía aérea SACO, Ernesto Samper Mendoza y su copiloto. Trece en total. La historia documentada, dice que al carretear para el despegue, el avión se desvió de su trayectoria y se estrelló contra, El Manizales, avión de la empresa SCADTA, que esperaba turno para despegar frente a su hangar.

La versión, que circula silenciosamente, dice que la empresa SCADTA, pertenecía al naciente Tercer Reich alemán, existiendo una gran rivalidad entre las dos compañías. De alguna parte, habría partido un disparo dirigido a Samper Mendoza, que dio en el blanco, motivando la muerte de éste, de diez pasajeros de su avión y del piloto del Manizales, Hans Tom, su copiloto y siete pasajeros.

La verdad de todo esto nunca se sabrá a ciencia cierta. Lo que nos queda, es el arte incomparable del Zorzal y su voz resonando en el alma de los porteños:


Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver, no habrá más pena ni olvido…