Una autoridad se place en comparecer ante sus súbditos esta noche.
Cuarenta arcadas saldrán de mi garganta en honor a ti, a tus fiestas paganas.
Esta inclinación que tiene El Poder de arremeter contra todo.
De comerse a sus súbditos como aceitunas.
Súbditos color aceituna.
Niños muertos en pasarelas santiaguinas,
niños muertos y predicadores en las calles, en la televisión.
Rosarios cuelgan de las manos de señoras temerosas,
temerosas de esos niños muertos que llegarán a su casa a penarlas en las noches de insomnio.
Un esposo que te aborrece,
un hijo con poco futuro y una leve inclinación homosexual,
una deuda impaga que crece como bacterias.
El temor implantado en la sociedad,
y miles de niños que salen a la calle sin miedo.
En poco tiempo todos estarán muertos,
mis hermanos estarán muertos,
y sus ideales habrán sido devorados por una máquina infernal.
Yo vomito de frustración y porque soy una cobarde.
Vomito porque esta tarde no tendré calefacción,
y me puedes decir si eso a alguien le importa?
Porque aun recuerdo despertar y que la casa este sola,
y ese horrible papel mural floreado manchado con sangre de mi hermano,
todo el pasillo manchado con sangre de mi hermano,
la cama, las cortinas,
y temer que esta vez si haya muerto,
que la hemorragia haya sido demasiada para contenerla camino al Calvo Mackenna,
que ahora sí que te quedaste sola,
y eso que yo a penas tenia 10 años.
Pero eso no ocurrió.
Esta vez el dolor es distinto,
esta vez la muerte es distinta,
no hay hermano que resista las inclinaciones perversas que tiene El Poder.
Al Poder le gusta comer caca solo porque puede,
le gusta follarse a los niños en clases de educación física,
le gusta la carne tierna de los que no saben qué decir.
Violarse a un niño autista en el baño del colegio,
recordarnos todos los días lo miserables que somos y que nunca saldremos de acá.
Sentir que soy un lisiado corriendo por calles infestadas de basura,
y que nada de esto es nuestro,
que nada de lo que deseé es mío,
y que tengo tanto miedo como cuando empecé.