al heredero de mis amigos, Bernardo y Danitza.

“Paren el mundo que me quiero bajar” (Mafalda).


Tuvo la extraña impresión de haber vivido antes esta completa oscuridad, de haberse sentido indefenso, de creer que la totalidad del mundo la constituía aquel sitio cerrado y terso. Pero el ahora era distinto, el ahora llevaba consigo la promesa de un desplazamiento libre e individual, el ahora suponía -además- un conocimiento de las cosas y del hombre como creatura que antes ni imaginaba y eso, eso hacía que se sintiese inseguro, desprevenido.

Otra diferencia era que su hábitat siempre había sido acuoso y cálido. En cambio esta situación seca, gélida e impersonal terminaba por enervarlo haciéndolo llorar, hasta distinguir un poco de ese olorcillo a mujer y a vientre; pero cuando se alcanzaba a dar cuenta que este olorcillo distinto no sugería la presencia de aquel aroma amoroso con gusto de blancura, entonces lloraba más aún por haberse creído engañado -¿qué hombre desea que una mujer lo engañe?- y sólo gritar, gritar a boca llena y patalear y llorar con más y más desesperación y rabia le satisfacía, porque a pesar de todo, lo que más quería, era volver a aquel sitio terso y seguro, donde se encontraba hasta antes de formar parte de aquellas horribles convulsiones.