Entre tus brazos se oculta un valle de maravillas, entre tus piernas la suave locura de un mar de seda. En tus manos posees mi voluntad, a tus dedos se atan las cuerdas que controlan mis sentidos. Soy una estatua de piedra, cobro vida al sonido de tu voz, abro mis ojos y respiro con tu sólo pensamiento.
Tu vientre se presenta a mí, la mirada de un ojo provocando los latidos de mi corazón, haciendo que fluya la sangre a través de mis secas venas. La música la escucho entre cada suspiro, entre cada unión de nuestras voces, entre las flores abiertas de tu figura enaltecida. Y así, soy como un vagabundo durmiendo en sábanas de lino.
Maravillado, respirando de la esencia incomparable de una diosa, tú, y tus más profundos pensamientos. Sueño despierto en un océano que baña mi desenfreno. Tus hombros se estremecen, una luz imaginaria llueve sobre tu piel, pintándola con oro y granate.
El desenlace me deja en trance, en catársis, catatónico, ido como en un viaje de semillas sagradas, de brebajes prohibidos. En tu rostro aparece Dios, y en mis brazos atados a tu cuerpo se siente un cataclismo incomparable.
Unidos, eres la hierba y soy yo la maleza. Juntos, el cielo majestuoso y la tierra gris e infértil. Tu llueves sobre mí y mi cuerpo florece como un resplandeciente amanecer. |