Y yo le dije a aquel mendigo de sueños,

en la oscuridad de una ciudad dormida,

que éramos como pájaros caídos de alas rotas

condenados al dolor del gris cemento,

añorando la belleza de una naturaleza

que nuestra propia debilidad nos robó

No viviríamos mucho
ni él ni yo
y aunque éramos jóvenes aún,
teníamos el sello de la muerte
incrustado en nuestras sombras

Ambos habíamos perdido
el destino
en el juego de azar
de las estrellas

Y qué nos quedaba más que
vivir como pájaros caídos
sin plazas
donde reinar

lo supé aquella noche
en los sueños que tuve

mientras viajaba acá

por el noctámbulo autobús

de los despedazados
donde no hay más luz
que las que quedan atrás


¿Recuerdas

el murmullo de la tarde

que nos arrullaba

en lo alto azul de los tejados

de los días de estío?

¿o el hermoso atardecer

violeta que tornasolaba

las alas al vuelo?


Nada de eso volverá


Y por ello era
aún más triste el destierro



Aguantabamos un poco más contra el viento
nos arrastrabamos por la arena
moríamos y reíamos
él y yo

por los arrabales de la alegría,

cavando un trágico deceso con esmero

pidiendo una limosna a la luna

para un poco más de melancolía