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Vi a Ana María por primera vez un día nublado de abril, recién había llegado del colegio. Poseía un hambre descomunal y al pasar por la cocina vi las burlas innecesarias de un trozo de cerdo que no dude agregarlo a un trozo de pan semi-duro que yacía inofensivo dentro de una bolsa plástica transparente sobre el mueble. Asome mi cuerpo al pasillo ventoso y frio a causa del clima. Nublado-deprimente. Y miré a mi izquierda, intuí que había alguien, tal vez sea la vecina -Me pregunte- con sus perros o el cartero con su correspondencia esperando los $30 que nunca tenía disponibles. Pero no, era Ana María, que en ese instante ignoraba su nombre (Lo vendría saber más adelante) portaba un cigarrillo en las manos, tal vez era uno corriente, por el esfuerzo que hacía al aspirar el y su afán de arrugar la entre cejas cada vez que daba una bocanada de humo nicotínico; no podía creer que estuviese allí con piyamas, sensual, apolínea, maravillosa, se me derritieron hasta los calcetines y eso que solo observe. Sentí que debía seguir observando, crearme una película con su anatomía perfecta e insinuante.
¿A quien estará esperando? ¿En que estará pensando?... O en quien. No lo sabía, no sabía nada de ella; creo que me enamoré en ese instante de mi vecina en piyamas. Y la volví a mirar de reojos para no ser descubierto y descubrí que el rímel corría por su mejilla, sus ojos pintados ya no tenían su magnificencia, su tristeza la había opacado. ¿Quién la ha hecho llorar? ¿Quién provoca su sufrimiento? ¿Quién es ese maldito? Es algo que no me incumbe, pero me interesa su tristeza, pero ¿Porque me interesa? No la conozco, acabo de verla, hay parada con su piyamas azul marino, mostrando levemente la ranura que separa su glúteo con el muslo, y su escote evidentemente sin corpiño que hacía sobresalir sus dos hermosos atributos que más tarde tendría la dicha de… su piel blanca como una caja de remedios, su cabello rojo teñido con una mala tintura que se asemejaba a un atardecer romántico y apasionado, descalza. Era lo más excitante y hermoso que había podido ver, hasta ahora, en mi prematura pre-adolescencia. Ana maría hizo despertar mis instintos más alocados con tan solo fumar y llorar en el pasillo ventoso, ella me quitaba el sueño por las noches, ella hacía derretir mis sabanas con tan solo imaginarla cerca mío.
Fue un 30 de abril tan normal como tantos otros, no fui al colegio, una noche fría fue la culpable, extremos escalofríos y una nariz aguada imposibilitaron mi habilidad de levantarme de la cama. Cuando ya era demasiado tarde para hacerlo decidí no ir. Hoy no veré a nadie eso es… estimulante. Alrededor de las once de la mañana, el cuerpo me pedía alimento, me levante casi por instinto y el cerdo en el mueble me dio asco, repugnante para estas horas del día que para mí recién comienzan hacerse importante. Abrí la puerta para ventilar un poco el ambiente, salí y allí esta otra vez. Ana María.
Otra vez con su piyama azul marino, otra vez fumando sus cigarrillos, otra vez tan sensual como lo recordaba. En eso sale un hombre quien se despide de un beso en la frente > cuando presencie ese acto repugnante me dije:

- Si yo tuviese esa dicha, la abrazaría, la besaría e incluso pediría un día libre en el trabajo para tener un día completo con ella, me regocijaría con su presencia a cada segundo de su existencia. –

De paso el tipo me desea los buenos días y le respondo con la garganta apretada mientras observaba perdidamente un ángulo que daba a su esposa dejada en ese pasillo frio, sola, fumando y con ese piyama azul marino que me enloquece.
Entro a contestar el teléfono que repicaba inquietante. > en eso siento un estruendo de una puerta y dije nuevamente:

- Ana María se ha quedado afuera -.

Fue en esos momentos que mi imaginación se hizo realidad, era feliz, solo esperaba que Ana María me pidiera ayuda, yo sería una especie de súper héroe que rescataba a la bella princesa del bando enemigo; sin pensar en lo que sucediera después de eso.
Cierro los ojos para sacarme la idea de la mente, hasta que escucho:

- Disculpa, me puedes ayudar, es que se me cerró la puerta y no tengo llave, por favor –

Tenía mis ojos abiertos, sentía como la boca se abría de la impresión, mis manos sudaban dentro de mis bolsillos y tartamudo dije:

- Si por supuesto, dame unos segundos para buscar algo para lograr abrir la puerta. Asentó con un movimiento de cabeza, aprobando mi improvisada idea. –

No podía creer que estaba allí, parada en el umbral de mi puerta, sexy y hermosa. ¡Y con su piyamas azul marino! Encontré lo que buscaba y le hice saber que estaba listo para mi hazaña improvisada y que lejos de las ganas de se alguien importante en la vida de Ana María sería un héroe del momento.
En el trayecto entre mi casa y su casa observe por primera vez sus ojos.

azulejo de alguna iglesia gótica de la Europa del siglo VI, aquello termino confirmando mis sentimientos hacía Ana María. La amaba tanto como a mi escasa existencia, tanto como las hojas secas de los sauces caías en medio del otoño>>

Tarde unos minutos, lo hice con intensión de pasar el mayor tiempo posible cerca de esa colonia barata que le asienta muy bien. Mientras más rato las puntas de su cabello rozaba mis orejas, más deseo de tarda mi hazaña tenía planeado. Era el momento que más había imaginado, me sentía un bebé en el pecho de mi madre, era feliz. Muy feliz.
En eso ¡CLICK! hallé el movimiento preciso para abrir la chapa para luego abrir la puerta, Imagine una onomatopeya al momento de escuchar el ruido, como una historieta de > Donde la mejor de todas era ¡PLOP! Que sentí luego de abrir la puerta.
Ana María, eufórica lanza un grito agudo a mi oído ¡BRAVO! ¡BRAVO! Veo sus labios en cámara lenta y descubro que aprieta sus labios cada ves que pronuncia la letra B, aumenta en puntos de sensualidad, a ese ritmo creo que será algo muy parecido a una diosa griega, me gustaba monumentalmente y ella al lado mío creyéndome un héroe, como si le hubiese salvado la vida, como si le hubiese sacado a su gato atrapado en la higuera. Me pongo de pie con mis manos en los bolsillos traseros, y digo tímidamente:

- Listo, puedes entrar.

Me abraza, junta su cuerpo contra el mío, que en ese instante ya temblaba, pero no de frío, lo que menos sentía era frío. Toco la circunferencia de su cintura, era compacta, suave y no era el material de su piyama azul marino, era su piel. Cerré los ojos y me dejé llevar.
Ahora, ¿Era su amigo? ¿Su héroe? ¿Su futuro amante? No lo se, no se nada. Solo me dejo llevar por el momento. En eso pasa la vecina con sus perros, nos ve abrazados y le digo para distraer:

- ¡Feliz año nuevo vecina!

Ana María sonríe, le causó gracia, mi afán de distraer a la vecina de los perros, no me importaba en realidad que en pocos segundos, sería el chisme favorito de la junta de vecinos, solo me importaba este momento sublime con la mujer más exquisita que jamás nunca había visto y mucho menos, tenerla abrazada con tanto afecto. ¿Afecto? ¡Pobre de mí!
Me invita a pasar, acepto, quizá a tomar desayuno (Pensé en el momento) o a conversar de la actualidad; jamás imagine que al encontrarnos con la privacidad que brinda una puerta cerrada me besaría, y a empujones y caricias donde habitualmente no tocarías a alguien, me arrastró a su cama de sabanas grises, trajinadas por las noches anteriores, se desprende de su piyama azul marino, ese que dio la pauta, y allí, su anatomía perfecta de mujer apasionada, dejándose llevar por el momento de pasión improvisado, un polvo como diría uno de mis tíos.
Todo era una sinfonía orgásmica, mezclado con caricias y mezcla de sudor y besos con lengua y dientes sin lavar.
Fue todo, algo sobrenatural, y una pregunta comenzó a difundirse por la habitación, ella me miró con esos ojos azules, con su cuerpo de costado-desnudo y dijo:

- ¿Y mi marido? ¿Que pasará con el?

La miró, le beso la frente y le respondo, irónico:

- Todos los perros se van al cielo.

Reímos juntos, y nos propusimos hacerlo constante, fui feliz por mucho tiempo, y ahora que la recuerdo… Solo la recuerdo.

Texto agregado el 23-08-2011, y leído por 107 visitantes. (2 votos)


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