Apareció un día sin más. en medio de la sala.
Adriana se acercó, era un cesto grande y parecía lleno de ropa. Al mirar dentro vio que no era ropa sino un bebé sano y rollizo que le sonrió alzando sus manitas. De pronto le vinieron todos esos sentimientos reprimidos, ese amor tan grande y que solo un niño podía hacer que brotará de nuevo en su pecho.
Su instinto envolvió al pequeño entre sus brazos. Podía ser su pequeño, ese que no llegó a ver la luz, él que perdió casi al finalizar su embarazo.
¿Quién lo ha traído?. ¿Cómo ha llegado hasta aquí?, piensa en su familia.
Está el tío Juan; un coronel retirado que se pasa el día metido en su habitación que más bien parece un cuartel general. con un montón de sables colgados de las paredes junto a un trabuco y un mosquetón que heredó de su abuelo. En la vitrina posa un escuadrón de soldados de plomo a los que cada día saca brillo y después lo pone a desfilar en la mesa de despacho: "Un dos, un dos,,paso al frente. Firmesss!.
Pocas veces salía de su mundo, tan solo le veían a la hora de comer.
Luego estaba la niña, bueno ya no tan niña, era Sandra una bailarina frustrada y no por falta de dedicación o ganas, pero su cuerpo no le acompañaba. Había nacido para deportes de fuerza como levantar pesas pero no para la danza, así que por mucho que se esforzo ninguna compañía contó nunca con ella. En su habitación estaban colgados todos los tutús que había usado y que formaban un bello dosel. En una estantería estaban todas esas zapatillas que durante años habían torturado sus pies.
Ahora trabajaba de cajera en un super y mientras atendía a los clientes pensaba en bailes imposibles sintiéndose muy desgraciada.
Y estaba al tia-abuela Josefina, toda una señora que se paseaba por la casa vestida de domingo, pero de los domingos de antes, con trajes de organza, sombrero y guantes.
Amaba las flores y a ellas dedicaba su vida. Miraba como andaban de agua y de un vistazo sabía si tenían o no sed, calculaba su posición en relación al sol,cuidaba que la luz fuera la precisa para cada una de ellas. Y les cantaba, tenía una melodía para las azucenas, otra para las rosas y los jazmines y os puedo decir que las plantas se movían siguiendo su voz, a veces las vi temblar de puro gozo.
Decía cual era la mejor luna para sembrar y cuando había que dejarlas descansar.
Adriana era la única cabeza pensante de lacasa. Se tenía que ocupar de las cosas corrientes y necesarias de la casa, como la limpieza y la comida, la compra y la colada. Se siente cansada, esta harta de está casa de locos y piensa en irse y poder hacer su vida.
Lleva al pequeño a la habitación, la misma que decoró para su bebé, de paredes azules y un cielo lleno de estrellas. Ahí está la cuna, el cambiador y la bañera, el armario con la ropita limpia y doblada, los oso de peluche.
Todo está igual, nunca cambió nada de sitio,quizá por eso su marido un día no volvió a casa; ella seguía volcada en alguien que no llegó a nacer.
El niño llora, tiene hambre, vahasta la cocina y le prepara un biberón.
En la cena todos están contentos,el niño duerme, Adriana mira al coronel, adivina que él es el causante de que el pequeño este en la casa. lo ve en sus ojos. Todos se miran, se sienten cómplices. Ellos sabían que Adriana estaba a punto de marcharse. Prefieren no decir nada, tan solo se rien mientras miran la cuna. Adriana tiene a su bebé.ese que un día se fue al cielo y que ahora a decidido volver.
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