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El palestino que fue a comprar grasa

América desde su descubrimiento generó un intenso flujo de personas que llegaron a poblar este inmenso y casi vacío continente.
Los árabes, extenuados de tanto hollar arena, también la eligieron como tierra de promisión y de esperanzas. Al principio llegaron hombres solos que trabajaban duro, vivían con muchas privaciones y ahorraban para traer los parientes. Luego estos a otros y así sucesivamente.
En Cochabamba, ciudad de Bolivia, vivía un palestino que merced a su esfuerzo personal había logrado poseer una panadería que funcionaba viento en popa. Así las cosas se ocupó de que un sobrino suyo, de nombre Abdallah, emigrara a Sudamérica para que lo ayudase en el negocio.
Transcurrían entonces los primeros años de la década de los 30, época aquella en que los cambios culturales podían asimilarse sin que los seres humanos debieran concurrir a los profesionales del diván.
Finalmente llegó Abdallah. Una joya de muchacho, honesto, morenito, buen musulmán, cargado de sueños. Rápidamente aprendió el oficio que diligentemente le enseñaba su tío, mientras poco a poco iba asimilando, el extraño idioma de Castilla entremezclado con algo del Quechua de estas tierras. El tío, para que el sobrino fuese haciendo sociales, le encomendaba la compra de algunos insumos.
Por entonces operaba en Bolivia la Standard Oil una de las caras visibles de los intereses de los hermanitos del norte que, exploraba, explotaba, cuando no robaba descaradamente el petróleo del pueblo boliviano, corrompiendo para ello a la oligarquía política del altiplano mediante sobornos, coimas o mordidas a funcionarios venales. La empresa sospechaba que en el Gran Chaco, zona paraguayo/boliviana lindera, sin mayor valor económico y de límites soberanos imprecisos, había grandes reservas de petróleo que podrían generarle más riquezas de las que ya aviesamente había amasado. Embarcose entonces dicha Empresa en una campaña destinada a lograr que Bolivia se apoderase de aquel territorio para luego ella succionarle el eventual petróleo pagando migajas por el oro negro de las entrañas. La operación, vista desde el lado boliviano teniendo en cuenta su superioridad numérica tanto de soldados como de armas parecía destinada a transformarse en un paseo militar. Estalló entonces la guerra, pero las cosas no salieron conforme lo supuesto, pues no se habían tenido en cuenta las dificultades del aprovisionamiento del frente, ni la superior estrategia paraguaya que atacaba los flancos y no la vanguardia del enemigo.
Durante varios años ambos ejércitos se masacraron entre sí muriendo en la contienda unos 90.000 soldados y obligando a los bolivianos a realizar levas para volcar más fuerzas en el frente.
En esas circunstancias, un día, el árabe de nuestra historia, decidió mandar a Abdallah a comprar grasa para hacer unos buenos bollos de harina integral. El muchacho marchó contento hacia el almacén. Pasó un tiempo considerable y al ver que no regresaba partió entonces el tío a indagar lo que había sucedido. Así se enteró que su sobrino había sido reclutado por el ejército y mandado al frente.
Un palestino, que no hablaba castellano, de repente formaba parte de un ejército que luchaba en el Chaco, esto es, una inmensa llanura poblada de árboles, a miles de kilómetros de su tierra natal. La situación, a pesar de su desgracia, guardaba cierta semejanza con el muy conocido dicho: "Más desorientado que árabe en la neblina"
Transcurrieron casi 3 años, una mañana llegó a la panadería un joven quien, hablando castellano como un boliviano más, se acercó al dueño y entregándole un paquete le dijo:
Tío aquí está la grasa que hace un tiempo atrás me pidió que comprara, sufrí algunas vicisitudes pero vengo a reintegrarme. Con el idioma no se preocupe ya lo aprendí. También le informo que ahora soy ciudadano boliviano. Sacó entonces un documento con su foto que decía: Emilio Abdala, ciudadano boliviano nacido en Cochabamba.
Terminada la contienda, se supo que el Gran Chaco no tenía una sola gota de petróleo. El territorio finalmente fue repartido aproximadamente un tercio para Bolivia y dos tercios para el Paraguay. Murieron 60.000 bolivianos y 30,000 paraguayos. Todavía hoy quedan algunos sobrevivientes de aquella lucha.
En la ciudad de La Paz concurrí a un museo de aquella guerra. En el libro de visitas escribí que las fotos ayudaban a comprender la tragedia, pero que nunca esas fotos podrían darnos una idea del olor de los cadáveres descomponiéndose al sol ni el dolor de los moribundos sitiados, sin agua y sin esperanzas.

Texto agregado el 21-08-2011, y leído por 103 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
21-08-2011 Tu texto desnuda la visión(ambición) de los poderosos ante los 'ciegos' dueños de sus tierras. Idéntico fue lo de Colombia y el robo de un departamento para crear un 'país'(un canal). Felicito tu exposición. peco
21-08-2011 Ya me estaba gustando esta especie de cronica...pero ese final...me dejo muda.Quien puede dormir ahora con ese olor.Muy interesante tu cronica...cuento?***** blaumblaum
 
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