“Es extraña, la ligereza
con que los malvados creen,
que todo, les saldrá bien”.
Fue lo que Víctor Hugo dijo.
A eso, ellos, llaman realidad.
En verdad, odio la mentira,
Cuando, a boca suelta, la dicen
aquellos que tienen atrasada
la vigente hora de la memoria.
Oculta como una paloma sucia
y la repiten, cual disco rayado,
en fábulas de la república.
Cuando la verdad no puede,
ni siquiera solo por un momento,
ser, al menos, taciturna presencia
o fugaz estampa desesperada
en la historia patente de la vida.
Pero no. Me retraigo y me desdigo.
No la odio. No puedo odiar el término.
Me apeno por aquellos quiméricos,
que ejercen el hábito de la farsa
de camino en su paupérrimo existir.
A ver, como quieren que se los diga?
Cuando sea otro, el que la historia cuente,
y sus ayer y hoy, sean solo un ayer,
y no exista el compromiso rastrero,
serán de la historia el hazmerreír.
Porque, entérense: el tiempo no para. |