Me encontré a mi mismo sentado sobre el suelo de mi habitación. La guitarra entre mis brazos y frente a mí, en la misma alfombra, el cuaderno en blanco que debería contener la letra y los acordes de una canción. Pero no fluían más que melodías pobres, con lírica pobre y monótona, nada decente que pudiera reflejar… algo, no lo sé, quizás… algo sincero, pero digno de ser interpretado. Insistí un par de minutos más. Rasgueé un par de notas y emití mi voz carente de talento y técnica, resultando una canción de letra improvisada, asonante, en un tono al límite de mi registro, y con dos miserables notas que se intercalaban cada cuatro compases.
Puse música desde mi computador. Un poco de City & Colour, el proyecto solista de Dallas Green, ex vocalista y guitarrista de Alexisonfire, para inspirarme un poco, y al menos lograr un plagio decente, pero me resultó imposible obtener un buen resultado. Tenía solo dos notas y una frase: ‘‘Acepto invitaciones a cualquier lugar fuera de la tierra…’’. La improvisación había ya volado fuera de mi mente tan rápido como llegó.
Tomé dinero y salí de mi casa en dirección al centro de Quilpué a tomar una micro a Viña. Bajé por Thompson hasta Los Carreras y luego a D. Portales, donde subí a la locomoción. Me senté en el último asiento, cuando daban las seis de la tarde, o algo por ahí.
En medio del viaje me atacó el sueño, quizás por el cansancio del día inerte y desganado, la apatía de mi entorno, o cualquier cosa a la que pueda echarle la culpa… incluyéndola. Y claro, a través de esas memorias, entre tanto pensamiento alocado sobre su existencia, llegué a pensar en las posibilidades… ‘‘¿cuántas posibilidades hay de encontrármela?’’, pensé. Hubiera hecho el cálculo… si supiera cómo hacerlo, pero nunca he sido bueno con las matemáticas y los números, así que me sonreí fantaseando con la probabilidad, mientras Dallas Green repetía ‘‘I comin’ home, I comin’ home’’. En mi MP4. Luego me quedé dormido, hasta que desperté en Viña.
Me bajé en la Avda. Libertad sin saber qué hacer o a dónde ir. Caminé en dirección la Avda. Perú, sin cesar de meditar en las… posibilidades. Seguramente eran de una en un millón.
Tenía poco dinero, y quería un café en Starbucks (maldito capitalismo/consumismo), pero cuando llegué al local ya tenía hambre, así que opté por satisfacer el estómago más que el capricho y la ansiedad, y compré un grasiento y delicioso ‘‘Completo italiano’’, en un local cercano, que me dejó con el dinero única y exclusivamente para volver a casa. Comí. Terminado de consumir las calorías extras, los Carbohidratos, lípidos, y todas esas cosas que nunca me interesaron mucho de la química o biología (no puedo evitar sentirme un ignorante), volví a la Avda. Perú, y frente a la plaza del Casino me senté sobre una roca, mirando al mar.
Allí escribí esto. El frío de la brisa marina hiela ahora mi rostro orejas. Las olas golpean la costa de manera alocada y estruendosa, y me duele la cabeza. Aún busco la melodía dentro de mí para escribir la canción… y aún fantaseo con las ‘‘Posibilidades’’. Durante estas horas ya pinté el cuadro de nuestro encuentro, y escribí toda una novela sobre lo sucedido en la hora de nuestra mirada… encontrándonos repentinamente en la inesperada broma del destino (aunque no crea en el destino… es una forma de decir, ¿OK?).
Puede que sean prácticamente nulas, lo sé, pero de haberlas… creo saber qué decir, qué hacer, cómo hacerlo… pero claro, es casi imposible que suceda algo así… pero… ¿quién sabe…? |