No me terminé de percatar como pasó. Tan solo ocurrió, como el transcurso de un plazo esperado de hace tiempo. Degradado por las inexactitudes. Dramatizado y engañado por los sueños, esos que solo aparecen en la fantasía de nuestras mentes exageradamente ilusas.

Hoy aprendí algo nuevo. Aprendí que las palabras se las lleva el viento, y el amor...el tiempo.
Nos hace el favor incógnito de no decirnos cuando. Oculta el resultado de un padecimiento hasta concluir que hemos llegado a un final nuevo.

Así es, las palabras se las lleva el viento -cosa que no pretende ser novedad para nadie- y los amores: el tiempo. No es necesario reinventarse de mil formas, o pretender hacer frente a la tortura que importan las traiciones y las falsas locuras por ellos, los amores. Simplemente se van y desaparecen.

Como un amigo extraviado entre las vidas que dejan de abrazarse. Como un vecino que se cambia de casa para no ser vuelto jamás. El tiempo, en su omnipotencia de no ser nada más que el existir en forma un momento y luego en el siguiente, enseña a ser, de nuevo, no solo la cáscara ni los residuos de un evocador anacrónico, sino un hombre nuevamente.

Es bastante algo más que olvidarte, es ser ya no sólo un deseador sino un maldito explorador dispuesto a saciarse del mundo en cada rincón que quiera ofrecer amigos y cariños.

Depurando. Soportando. Viviendo y reviviendo, revolviendo entre las mezclas y también entre venenos, el tiempo enseña. Solo sabios salen de él, por haber visto y vivido dentro de sí una y otra vez todas sus virtudes y brutalidades.

Te agradezco. Por salir al paso de las vicisitudes con la paciencia inalterable de tu aprendizaje. Porque en esta vida no alcanzó para desangrarme el alma con esta jugada, aunque viva con una cicatriz en el espíritu que será testigo de un golpe tremendo con nombre de mujer. Antes que el barco se hunda, antes de los inciertos aciertos de amores y promesas que no llegarán a ninguna parte...en este tiempo.

El Coronel