Mi amigo era un ser bondadoso y un gran compañero en los buenos y malos momentos. Siempre estaba dispuesto a escuchar. Era generoso en sonrisas y afectuoso en palabras. Poseía la capacidad de contagiar sus sentimientos; así era capaz de ayudar a otros a calmar sus emociones. Él me enseñó a mantener la serenidad en los momentos críticos y a medir mis reacciones para no herir a los demás. A su lado aprendí a detectar y comprender las preocupaciones de las personas que me rodeaban. Las circunstancias lo alejaron de mi vida; me cuesta acostumbrarme a su ausencia, pero estoy comenzando a comprender que debo despedirme de él. Alguna vez escuché decir que cada despedida es el preludio de otro encuentro. Deseo aprender a desasirme; sé que no es bueno aferrarse al pasado. Es el momento de dejar que el corazón vacíe su tristeza y el alma florezca de ilusiones.