MUJER AMANTE
Tanya Dalil era una de esas mujeres que no pueden pasar desapercibidas en ninguna parte, su cabello largo, negro y lustroso; su figura hermosamente proporcionada que hacía pensar en la mano de un cirujano, su estatura elevada y esa elegancia atemporal, inherente a ella, la hacían llamativa y destacable en cualquier lugar. Tanya era joven, hermosa y recién divorciada. Tanya era muy infeliz.
En los últimos tres meses había tenido cuatro amantes distintos, ninguno de ellos había sido de ayuda, ninguno de ellos la había llenado, todos eran hombres ajenos y cada relación la había dejado más sola, vacía y asustada que la anterior. En este momento atravesaba por un momento de tristeza y desesperanza infinitas. No experimentaba alegría en saberse deseada por los hombres y envidiada por sus congéneres, quienes la miraban con disimulo de pies a cabeza, apreciando su atuendo. A Tanya le hubiera gustado tener una amiga, alguien en quien confiarse, alguien que la aconsejara y le ayudara a hacer más llevadero el profundo dolor que cargaba dentro. Ser la amante no es fácil. Prácticamente no existes. Eres una mujer invisible. Las llamadas están restringidas, en las redes sociales apareces como soltera y están prohibidas las fotos. No hay planes juntos, ni a corto, ni a mediano, ni a ningún plazo; olvídate de los días de fiesta tales como cumpleaños, navidad, año nuevo, Día del padre, etc. Porque no serán para ti. Asimismo los peligrosos y siempre depresivamente suicidas Domingos por la tarde, lo más seguro es que los pasarás en soledad y muy amargada. Serán muchas las ocasiones en que te quedes lista y vestida para salir, porque cuando se roba el tiempo de un hombre que no es el tuyo nada es seguro. Todas estas cosas las sabía Tanya porque eran experiencias vividas. Pocas personas hubieran imaginado que había noches en que había llorado hasta quedarse dormida y que su vida -excepto por las pocas ocasiones en que jugaba a ser la amante de turno- era vacía y carente de sentido.
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