ARDIENDO EN UN PARAMO
Catalina sentía frío. Mientras caminaba rápidamente para tomar el Transmilenio, muchas cosas pasaban rápidamente por su cabeza, sin duda este era uno de esos días en que ansiaba con locura y terriblemente tener sexo con alguien. En su opinión este era su mayor defecto y era algo que ella no podía remediar, su sangre caliente y apasionada hacían de ella una mujer ardiente que pensaba en sexo todo el tiempo, a todas horas y en todos los lugares –“Es casi como si fuera un hombre”- se decía a sí misma mientras apresuraba el paso. Pasar del frío exterior de la estación al interior atestado del Bus fue una tortura para ella porque sentía a su alrededor los cuerpos calientes de otros seres humanos y eso la excitaba aún más. Sentir la respiración de un hombre desconocido en su oreja, la presión de un cuerpo duro y caliente a su lado, la perturbaban de verdad, pero más perturbador era el llegar a su oficina a encerrarse todo el día con sus compañeros de trabajo, los cuales eran todos hombres jóvenes, apetecibles que saturaban con su olor de macho todo el lugar. Bien, esto era en parte porque una de las particularidades de Catalina, era el tener un olfato sumamente desarrollado, el cual en combinación con el ambiente calefaccionado de la oficina, la enloquecía porque saturaba sus sentidos con ese aroma exquisito a cuerpo masculino, esto causaba en ella que su vagina se mojara por completo, su piel se erizaba y unas olas calientes y frías subían y bajaban por sus piernas, mientras sentía que sus pezones se endurecían tanto que dolían, su ropa interior se empapaba más y más, al punto que ella sentía que se impregnaba el aire con su aroma a hembra en celo y su respiración se volvía más agitada… era una verdadera lucha consigo misma, una lucha diaria que tenía que dar para que nadie notara lo mucho que sufría. Desde que salió de su tropical ciudad, hacía el frío glacial de esta urbe paramuna, no había estado con nadie y ya hacía de eso bastante tiempo, más de un año. En este momento ya no le satisfacía el masturbarse - cosa que hacía a diario, incluso varias veces al día- aunque la aliviara un poco de su calentura, a veces fantaseaba un poco y se imaginaba que pasaría si se le insinuara a alguno de sus compañeros, la verdad es que se había imaginado en la cama con todos y cada uno de ellos. Catalina era de buen ver, alta y con buena figura y cualquiera de ellos se hubiera prestado gustoso a ser su compañero sexual, pero ella no deseaba tener que encontrárselo después a diario en la oficina, medio en broma le comentó a su ex cuñada, quien se había convertido en su mejor amiga, que sería chévere poder tener sexo sin sentir luego culpabilidad, algo así como tener un servicio de hombres de alquiler. Ambas rieron la gracia. Ambas eran mujeres solitarias.
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