Deseas que te mire y te miro. Estoy frente a ti; nuestros rostros casi se tocan y tu mirada busca en lo más profundo de la mía, una respuesta a las dudas que te atormentan. Quisieras desnudarme el alma, saber si lo que ves en mí, oculta algo más de lo que te muestra. Hay grandes ojeras de preocupación bajo tus ojos; los míos también las tienen. Sé que piensas que los fracasos económicos y amorosos que has tenido los últimos dos meses, son culpa mía; pero mira bien en tu interior, no te doblegues al yugo de tu soberbia. Me miras como si yo fuera tu enemigo, como si los males que te acongojan provinieran de mí. ¿Te digo la verdad?, si Arantzazú ya no te ama y rehuye tu presencia, no es porque yo la haya lastimado. Si has perdido la mitad de tu fortuna apostando a negocios inciertos, no es porque mi consejo fuera fallido. El único y verdadero culpable en todo esto, eres tú mismo. Decidiste perder y has perdido; no embarres a nadie más en tu estúpido juego de quejumbres y lloriqueos. Tu mirada denota odio, un odio profundo en mi contra. No vales nada, sabes. Matarme no remedia nada; lo único que demuestra es lo desequilibrado que estás; lo angustiado y miedoso que te encuentras ante un juego en el que podías perder o ganar. Así de duro es enfrentarse a sí mismo. Entiéndelo de una buena vez, yo no soy el enemigo; sólo soy la imagen de ti mismo reflejada en el espejo, mientras te rasuras, y paseas la navaja afilada y juguetona por la delgada y fina piel de tu cuello, dudando en si cortar o no.