Pérdida irreparable
Fui el primero en enterarme de la trágica noticia. ¿Quién sino? Era domingo. Salí corriendo de mi casa y cuando Marcelo me abrió la puerta de la suya alcancé a ver, desde el umbral, la figura deshecha de Bruno, derrumbado en aquel butacón –su favorito-, sin consuelo.
Me le acerqué junto a Marcelo y nos sentamos en el sofá a ver cómo de sus ojos brotaban incesantemente gruesas lágrimas silenciosas como aguacero que se niega a detenerse.
Me sentí impotente ante aquel amigo convertido en despojo humano cuyo mundo se le había venido abajo. No sabía qué decirle; no encontraba palabra que sirviera bálsamo.
Sin necesidad de palabras, de sólo mirarlo, le pregunté a Marcelo pero, ¿cómo ha sido? No recibí respuesta alguna. Sólo me miró con profundidad a los ojos. Me percaté qué él también se encontraba en un momento de extrema depresión anímica. ¿Complejo de culpa? Podía ser. Entonces desistí en mi empeño de saber.
Si Gretel (su mujer) un día me faltara... había confesado un día Bruno. Y hoy aquella suposición se había convertido en una triste realidad. ¿Atentaría Bruno contra su vida al menor descuido nuestro? Podía ser. Gretel era la mujer de su vida: su primera y única novia, su primera y única mujer por más de veinticinco años. De aquel amor, desde que fuéramos adolescentes, Marcelo y yo habíamos sido testigos. Éramos tres hombres y una mujer convertidos en un protagonismo colectivo de una historia.
Le teníamos tomado la mano a Bruno y se le apretábamos muy fuerte en señal del apoyo que no podíamos darle.
Siempre nos habíamos dicho todo o casi todo, como mosqueteros (así nos llamaron siempre en la escuela); nunca nos escondimos nada.
Marcelo sabía que esperaba una respuesta, así que volví a mirarlo a los ojos repitiéndole mentalmente la pregunta.
Nada, que lo que uno construye a base de un secreto inexpugnable, en más de veinticincos años de existencia, lo jodemos -estúpido error humano- en un instante de mierda. ¿Y...? Pregunté yo pero a Marcelo se le había roto la voz, algo mortal debía ser. ¿Y...? Volví a preguntar. Nada –repitió- que nos sorprendió dándonos un inofensivo beso en la cocina.
La Habana, 21.V.04
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