Quien no tenga a la vista la multiplicidad de juegos de lenguaje quizá se vea inclinado a preguntas como ésta: "¿Qué es una pregunta?"
Ludwig Wittgenstein
Hay que saber cuando empezó. Si fue de día o fue de noche, si dijo que vendría o no, porque su cadáver no podía esperar tanto. ¿Era su cadáver? ¿Era Alexia? ¿Por qué escribir algo que no tiene sentido? No es absurdo seguir una línea recta, lo absurdo está en caminar sobre esa línea recta. Porque puede o no puede. El mundo es tan simple que no lo entiendo.
“Porque cuando te sentabas a mirarme desde tu mesa de dibujo me tocabas con tu mirada, yo, patético, sentado en la computadora trataba de dar forma a una idea que sirviera de algo trataba de dar forma a pensamientos alternos a tu imagen, era difícil, era imposible a veces, y terminaba por acercarme detrás de ti y abrazarte, jugar con tus pechos y jugar mi nariz con tu pelo, debo confesar que me gustaba olisquearte, me gustaba la sensación de encontrar un rasgo que me hiciera dudar de ti, un cabello, un olor a semen o tal vez a loción de hombre y te habría destrozado en el acto, me sentía magnánimo, endiosado, sublime, casi una noción de quien no caerá o con la firme convicción de que jamás me engañarías con él, pero no fue así, nunca fue así.”
Sí, tal vez fue en la tarde, cuando trataba de encerrar la noción básica de qué es qué y quién es quién. Simpleza, eso ha venido faltando a tus escritos. Esa simpleza que te brinda la buena lectura de Chejov, de Dostoievsky y Dickens, sí, esa simpleza que te viene cuando leés a las Brönte. Alexia no me habla. Está como muerta. Está como ausente. Le he preguntado tantas cosas pero no dice nada. Es aquí el momento en que debo estallar en un lento grito y después decir que me he inclinado sólo para ver si respirabas. No fue así. Sólo estoy moviendo su brazo. Está muerta, está inconsciente, no me mira, no me habla, no me dice nada. ¿Es acaso toda mi culpa?
“Presumirse poeta, presumirse cualquier cosa lo suele pensar mientras trata de dar el sentido a palabras que no dicen lo que piensan, pero acercan un poquito a su mundo, siempre fue él así, una cripta que me encerraba por muchos meses y después explotaba, explotaba lanzando viscosidad por toda la pared y nos dejaba solos.” “Pretenderse poeta, pretender que todo ha sido alcanzado en un aliento y que en la palabra me refugio, que es la forma de ser parte de ella, de estar en sus brazos, de encerrarla en mí y no dejarla escapar nunca, de destruirla en mis manos, de convertirla en viscosidad, en esquirlas, en algo que se rompe en millones de pedazos y se desintegra, se va…” “Pretenderlo imprescindible.” “Presumirlo impresumible.” “Un capítulo de cualquier cosa.”
* * *
Empezar de esa forma.
Exprimirme el cerebro, sacarlo por las orejas, por los ojos, vomitar cerebro. No decir ni sentir nada. Sólo sentir vergüenza de tener que viajar en la ambulancia, sentir vergüenza de dar explicaciones inútiles, de tener que estar cambiando las versiones, de explicar lo que no se debe explicar.
No te puedes meter de esa forma con las mentes obtusas. No te puedes meter en aprietos que luego no se pueden resolver. Lo mejor es ignorar todo lo que nos estén diciendo, ignorar a todos, fingirse loquito, mesa, silla, lo que sea, todo es mejor a cualquier otra cosa sin importancia.
No te puedes detener en un punto que no tiene final, debes tener el valor, un poco de paciencia y todo vendrá por añadidura, la sagrada escritura, el sagrado arte de despotricar contra el mundo aprueba esos métodos inútiles.
Cuando uno se pone a tratar de entender qué hay detrás de ciertos formalismos, de ciertas formas protoliterarias, no encontramos nada, sólo manera de revertir la realidad y cerrar los ojos y verlo todo desde dentro. No-sueño-dormido. No-duermo-soñando. Es otra cosa. Y sin más remedio hay muchas palabras que no conozco, muchas formas y sonoridades que no puedo emitir, sin embargo entiendo el mundo, pero no entiendo a los demás. A veces pienso que sólo estoy un poco enfermo, que desde mucho tiempo atrás debí encerrarme en ese hospital.
* * *
Es deplorable. Todo buen arte es una vergüenza para su autor. Estoy pensando en esos pobres poetas de cuarta y su cursileria barata. Cantarían una oda a Alexia, escribirían la elegía de Alexia, un soneto para Alexia. Pero ella está muerta, está muerta poetas hijos de puta. O, un famoso escritor fanfarroneara de sentimentalismo barato y escribirá las memorias de Alexia, la historia de Alexia o un panfleto enorme sobre Alexia. Pero ella seguirá muerta. Los pintores son los peores. Me limitaré a decir que son los peores, con su arte visual, creyendo que todo lo pueden por los ojos. Mi Alexia ya no puede ver sus vergüenzas.
“El que cuenta nuestra historia es un hijo de puta, Alexia, lleva muchos años matándote, lleva mucho tiempo despotricando contra tus ojitos, contra tu forma de mirar, viste como te caricaturizo en su novela, como no eres más que una muestra de las lagañas cerebrales que este imbécil tiene, pero no querida, yo soy lo que tú quieres y no podemos separarnos el uno del otro ni el otro del mismo ni el mismo de nosotros, es que me enoja tanto, yo quisiera, como los personajes del dios, vociferar en su oído, gritarle a la cara, pero el hijo de puta no nos oirá, no nos dirá que hay de nuevo o que hay de viejo, sólo nos dirá que es una burla o más bien, que somos una burla de él para ti, mi pobre Alexia, duermes, sé que sólo duermes y no pasa nada más, que cuando despiertes te habrás olvidado de ese insensato que tanto desprecio siente por ti.” “Y sus viejas revistas tiradas bajo la cama, cuando se masturbaba con la señorita abril, o cuando jugaba a acariciar la portada de 1987 sin que entendiera lo que hacía o lo que eso significaba para mí o para él.” “Sin embargo está ahí, tratando de explotar su falso talento, explotando nada más, como una bomba de tiempo que en cualquier momento destruye todo a su paso, no, no mi Alexia, tú no mereces esas cosas tan feas que te dice y hace, tú mereces un poco de ternura, un poco de paciencia, pero sobre todo, esto que hago, recostar tu cabeza en mis piernas y acariciarte hasta verte dormida, es tan simple como eso, la vida no es esa complejidad de idiotez que él te hace, no, la vida es aquí, sentados, tras la cortina de humo que es la realidad, y descansar.”
Alexia está tirada en un charco de sangre. Al principio debí levantarla yo mismo y poner un lienzo bajo ella, pero no tenía lienzo, sólo puse mi viejo suéter sobre su pecho. No entiendo esta propensión estúpida de los seres humanos, tapar los cuerpos enfermos, tapar los cadáveres, ¿es que se avergüenzan de sí mismos?
* * *
Cuando comencé esta historia, no lo sé, pero tuve la noción primaria de que tendría que terminar en algún lado. Que su principal función era contar sobre Alexia, sobre su muerte o sobre el milagro de que estuviera viva, pero después se vinieron encima muchas otras cosas, cosas nimias, cosas que a un niño le causarían gracia, que cualquiera de nosotros las encontraría divertidas, sin ser así. Pero después lo deformé todo, quise contar de Alexia, presumir de técnicas universales, técnicas narrativas en que el lector fuera abofeteado, torturado, pero no pasó nada. No se dio una sola de mis intenciones.
Alexia nunca existió, eso lo sé, porque yo la creé. Lo sé porque soy su único Dios.
Alexia no murió. Nunca existió. Es alguien de quien presumo con mis amigos. Me preguntan cómo es, unas veces tiene los ojos azules, otras veces los tiene marrón, unas veces es blanca, otras veces es morena. Algunas veces es mayor que yo, otras veces es menor que yo. Pero siempre hay algo que decir de ella.
“Porque mientras me miras, con los ojos retorcidos entre el rojo y el azul, sólo puedo pensar en las veces que te parabas en el patio y regabas las flores, con esa abulia de quien no sabe ni quiere saber, con esa necedad de vivir una vida innecesaria.”
Su sangre está sobre mi ropa, sobre mis manos, creo que yo llamé a la muerte con mi voz, creo que la invoqué para que llegara por ella, porque no puedo creer que ese jarrón vacío, ese jarrón roto sea ella, no puedo creer que en verdad existiera.
***
Va por la calle, sabe que no será nunca ese escritor que soñó. Que jamás un poema suyo será leído con fervor, que ni su hipotético suicidio haría que alguien se fijara en su existencia.
El humo siempre hiere la retina. El ruido siempre exaspera el tímpano. El sabor del humo que se mete en su boca y que prefiere no tragar. Si tuviera a dónde ir.
El chirrido de un auto. Él que cae al suelo. Siente lo caliente de la sangre y el goteo que golpea su oído. Las gotas de sangre son golpetazos atroces. Un hombre corre a ver si se encuentra bien. Como puede lo lleva a la orilla de la calle. Trata de escuchar lo que le dice, pero el sonido de su cabeza está en otra parte. Ve el rostro de Alexia, la Alexia que jamás conoció.
Después todo queda en silencio. Sabe que se tiene que morir. Sólo piensa en Alexia.
***
Yo no decidí el final de la historia. Fue ella, ella sentada en su mesa de dibujo, me hace un gesto con la boca, diciéndome que no me preocupe, que no haga caso, que hay que saber mentir y contar una historia que conmueva al lector. Le digo que eso es una mentira, que todo en la literatura es una soberana mentira, hay que ser muy estúpido para creer todo lo que escribo. Pero escribes sobre mí, me dice Alexia, es distinto, tú para ellos no existes, la Alexia que ellos conocen no es ni la mitad de lo que está aquí frente a mí.
No sé a donde llegaré con esto. No decido como debe morir ella. ¿Pero por qué debe morir? o ¿por qué debo morir? me dice con la mirada. No lo sé, el final que había imaginado era que tú abrías la puerta, salías y no había más que decir, no había nada que escribir.
Pero ni te moviste para salir, ni dijiste nada más. ¿Qué mierda hago yo con esta historia?
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